La tercera entrega de la saga John Wick tiene un curioso inicio al que llegué por casualidad en una noche de sofá y zapping que me dejó con los ojos abiertos como platos. Es lo último que hubiera esperado en una película sobre un asesino a sueldo, pero la vida y el celuloide te dan sorpresas.
La secuencia en cuestión no tiene desperdicio. Al inicio se ve a Wick (Keanu Reeves) entrando en la biblioteca y corriendo por el pasillo de la sala de investigadores, que apenas le prestan atención pues están enfrascados en sus lecturas. Al llegar al mostrador, tiene que esperar a que una usuaria devuelva su libro y allí le aguarda la típica bibliotecaria de película. Se trata de una mujer mayor, con gafas de pasta y vestimenta ocre que, de forma lacónica y expeditiva, tras una rápida búsqueda en el catálogo, le indica a John Wick dónde puede encontrar el libro por el que pregunta («Russian Folk Tale, Aleksandr Afanasyev, 1864), “2ª planta…” A Wick le viene bien esa parquedad, pues mira su reloj apremiado por su inminente expulsión de la organización a la que pertenece.
Haciendo gala de su condición de usuario avanzado, el protagonista da a la primera con la estantería correcta y allí encuentra el libro que buscaba, no por su contenido literario, sino por su contenido material, pues ha sido manipulado para esconder varias piezas de gran valor por las que Wick se ha tenido que batir el cobre. Uno de los cuentos que contiene el libro real es precisamente “Vasilisa la bella” un cuento de hadas en el que la protagonista mantiene a los visitantes alejados de la guarida da la bruja Baba Yaga, que es el sobrenombre con el que se conoce a John Wick. Este juego de referencias puede sugerir que la saga no es más que una recreación del cuento.
Un Baba Yaga o un Hércules, pues al protagonista le aparecen contrincantes que parecen reproducirse como la hidra de los Trabajos de Hércules, que regeneraba dos cabezas por cada una que le amputaban.
Grabado de «Symbolicarvm quaestionvm de vniuerso genere», 1574. Signatura: U/Bc 09106
De repente irrumpe Ernest (interpretado por el jugador serbio de la NBA Boban Marjanović), que sostiene una Divina Comedia entre sus manos y lee (en inglés) el pasaje: “Pensad en vuestro origen. No habéis nacido para vivir como brutos, sino para alcanzar la virtud y el conocimiento”. En italiano: “Considerate la vostra semenza: fatti non foste viver come bruti, ma per seguir virtute e canoscenza.«
Texto de «Comedia del diuino poeta Danthe Alighieri», 1536. Signatura: U/Bc BU 07017
Tras rematar a su adversario utilizando el libro a modo de arma, culmina la escena con un gesto que le convertiría en usuario de bien si no fuera por la sangre que se ha quedado adherida a la cubierta: coloca el libro en su correspondiente lugar en la estantería.
Y es que los libros son armas, pero no arrojadizas. Esto nos recuerda al coronel Marincola, que no entendió la metáfora cuando al entrar en la Universidad Nacional de Luján preguntó a gritos “¿Dónde están las armas?” A lo que el profesor Mignone le respondió: “En la biblioteca”, y para allá mandó a sus soldados el infeliz…que quedaron decepcionados al no encontrar otra cosa que libros.
Fue el profesor de literatura Thomas C. Foster quien dijo «La lectura es un deporte de contacto«. Asimismo Eva Orúe, directora de la última Feria del Libro de Madrid y aprovechando que esta se realizó en colaboración con el Comité Olímpico, destacó que «la lectura puede ser considerada un deporte de riesgo, al igual que una forma efectiva de mantenerse mentalmente en forma».
Publicidad de la editorial Turner
En una secuencia más avanzada de la película, el director del hotel Continental, Winston Scott, desde su búnker y antes de que sus esbirros comiencen una sangría, cita en latín la frase de Vegecio que da título a este capítulo 3 de la saga (Parabellum): “Si vis pacem, para bellum”, “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”. La frase literal del «De re militari» conservado en la Biblioteca Histórica es «Ergo, qui desiderat pacem, praeparet bellum«: «Por tanto, el que desee la paz, prepárese para la guerra».
Texto de «De re militari» de Vegecio, 1592. Signatura: U/Bc 11126Imágenes de «De re militari» de Vegecio, 1592. Signatura: U/Bc 11126
Otros guiños al mundo antiguo y la mitología son el nombre del conserje del hotel Continental, Caronte (barquero del inframundo); y Ares (dios griego de la guerra), la guardaespaldas del antagonista en la segunda parte de la saga.
Grabado de Caronte en «Comedia del diuino poeta Danthe Alighieri». Sign. U/Bc BU 07017
Grabado de Ares en «T. Livii Opera quae supersunt». Sign. U/Bc BU 09270
Usuarios, por favor, no intenten esto en sus bibliotecas y, con permiso de Vegecio, si quieren la paz, no declaren guerras, al menos estas vacaciones.
Al-Idrisi, Muhammad b. Muhammad al-Sarif : Dikr al-Andalus, Madrid : en la Imprenta Real, 1799. U/BC 10535. (Disponible en UVaDoc)
La Descripción de España.
En nuestra biblioteca acogemos un ejemplar de la obra Descripción de España de Xerif Aledris, conocido por el Nubiense que se imprime en 1799, en Madrid. Incluye la traducción realizada por Don José Antonio Conde (1765-1820) de La Descripción de España de al-Idrisi. Esta última incluye los capítulos dedicados a Hispania dentro del Libro de Roger.
La traducción de José Antonio Conde señala en el prólogo que “durante siglos la lengua árabe se hablaba con elegancia en las riberas del Guadalquivir y del Tajo”. Sin embargo, la enemistad fue creciendo hasta conseguir su expulsión y después dejarla caer en el olvido.
José Conde, fue un distinguido orientalista español y académico honorario en 1801 y supernumerario en 1802, ocupando la silla G de 1802 a 1814, año en que fue destituido, para reingresar en octubre de 1818 en la silla N. Nacido en Paraleja, Cuenca en 1765, comenzó a estudiar leyes en la Universidad de Alcalá, donde aprendió además griego, hebreo y árabe. Sin embargo, abandonó sus estudios para entrar a trabajar en la Biblioteca Real donde descubriría su verdadera pasión: la literatura. En 1799 publicó el texto árabe de la “Descripción de al-Idrisi“, acompañado de sus notas y su traducción, lo cual le dio una gran reputación. A la llegada de Napoleón en Madrid (1808), Conde se identificó con el partido de Francia, y José Bonaparte le hizo jefe de la Biblioteca Real. Después de su estancia en París, dedicado a la organización de materiales para la creación de una historia, Conde vuelve a España en 1818 o 1819, pero marginado por afrancesado se hundió en la pobreza, y murió poco después de su regreso. Su historia (Historia de la dominación de los Árabes en España) se publicó por suscripción. Era una crónica, más que una historia, que, pese a sus imperfecciones, abrió un campo literario histórico con amplia difusión en su momento.
La “Descripción de España” comienza con un canto a la historia y a la riqueza de la lengua y la literatura árabe sobre las que tiene importantes comentarios como:
“Olvido e ignorancia de esta antigua y preciosa lengua” que hicieron que se quemasen libros y más libros árabes que guardaban mucho más saber que el resto del continente. “¿Cuántos preciosos tratados se consumieron en las llamas? ¿Cuántas noticias históricas, tratados geográficos, tablas astronómicas, libros de agricultura, de botánica, recetarios de remedios sacados de antiguas experiencias, prácticas de artes e industria, de tintorería y manufacturas de seda, sus observaciones y trabajos de minas, sus estilos de comercio y contribución? Todo lo abrasaron, todo se perdió…”
Durante el siglo XVIII y XIX la literatura árabe se fue recuperando gracias a figuras como el propio José Antonio Conde que nos hizo llegar la traducción de esta famosa geografía que nos traslada alrededor de la península ibérica. Esta traducción fue mejorada por la de Antonio Blázquez, aunque este autor tradujo exclusivamente la zona perteneciente a alAndalus, y no será hasta 1974 cuando Ubieto Arteta lance una reimpresión de la edición del texto árabe de Dozy y Goeje.
Abu Abd Allah Muhammad Al-Idrisi (Ceuta 1100 – Palermo 1166)
Nacido en el año 1100, en Ceuta, de una noble familia de procedencia malagueña vinculada al rey Idris II, Al-Idrisi cambiará, para siempre, la forma en la que conocemos el mundo. Inicia su educación en Córdoba, pero desde muy joven comienza a viajar por los reinos de la península ibérica, norte de África y de Oriente, recorriendo el Mediterráneo desde Lisboa a Damasco. En sus viajes anota todas las impresiones que cree oportunas, y va completándolas con referencias de otros escritores contemporáneos y de las fuentes antiguas.
A pesar de que en sus primeros escritos se aprecian cierta tendencia poética, en el transcurso de estos viajes descubre su verdadera pasión: la geografía. Pronto se hace célebre en los círculos culturales por la gran calidad de sus trabajos.
El Libro de Roger
La figura de al-Idrisi enseguida es reconocida dentro y fuera de la península ibérica; de hecho, su nombre llega a oídos del rey normando de Sicilia, Roger II, que le llama a su corte para conocerle. Al-Idrisi narró el encuentro entre ambos. Cuenta que mientras él entraba en la sala, el rey se levantó, caminó hasta él, tomó su mano y lo condujo a través del mármol, cubierto con alfombras, hasta el lugar de honor, junto al trono. Parece ser que enseguida congeniaron. El encuentro fue cercano y ambos discutieron un proyecto grandioso: Roger quería crear el primer mapa del mundo, el más preciso, el más científico. Tenía en mente realizar una carta marina que abarcara todo el mundo conocido y para ello necesitaba la ayuda del mejor geógrafo de la época. La misión que le confió a Al-Idrisi era intelectualmente hercúlea: evaluar y recoger todos los conocimientos geográficos disponibles a partir de los libros; valorar la información proporcionada por observadores sobre el terreno y organizarlo todo de una forma atractiva, precisa
y significativa, porque hasta el momento los mapas eran más interpretaciones eclesiásticas que científicas. Su propósito era en parte práctico, pero sobre todo científico, quería producir una obra en la que se resumieran todos los conocimientos contemporáneos del mundo físico.
Al-Idrisi acepta el encargo y además es colmado de todo tipo de atenciones y de regalos, con el objetivo de que se estableciera permanentemente en la corte. Se trasladó a vivir en palacio, trabajando con un gran equipo de colaboradores y al lado del rey.
Roger II de Sicilia.
Roger II de Hauteville fue hijo de Roger I, guerrero normando conquistador de Sicilia a principios del siglo XII. Se le consideró un excéntrico, por su gusto del estilo de vida oriental, con harenes y eunucos: Algunos de sus contemporáneos se refieren a él de un modo despectivo, como: “un rey medio pagano” o “el sultán bautizado de Sicilia”. Seguramente, todo ello es fruto de su educación puesto que sus maestros habían sido griegos y árabes que le inculcaron la afición por la ciencia, la investigación y el conocimiento. Era, por tanto, habitual verlo en compañía de eruditos, entre los cuales estaba Al-Idrisi. Se cuenta que, como agradecimiento a su nuevo protector, construyó una esfera celeste de plata, que se decía “asombraba a toda persona que la veía”.
El interés que Roger profesaba por la geografía era expresión de la curiosidad científica que despertaba entonces en Europa, pero fue a un musulmán al que tuvo que recurrir necesariamente en busca de ayuda. El enfoque que la Europa cristiana daba a la cartografía tenía aún un carácter simbólico, más propio de lo imaginativo, cuya base eran más las tradiciones y los mitos que la investigación científica. Su uso estaba orientado a la ilustración de libros de peregrinaje, exégesis bíblicas y otras obras. Los mapas eran algo pintoresco y vistoso que mostraban una tierra redonda compuesta de tres continentes de idéntico tamaño –Asia, África y Europa– separados por unas estrechas franjas de agua. El Jardín del Edén y el Paraíso se situaban en lo alto, y Jerusalén en el centro, mientras que los monstruos fabulosos ocupaban las regiones inexploradas –sirenas, dragones, hombres con cabeza de perro, hombres con pies que tenían forma de paraguas con los que se protegían del sol cuando se acostaban –.
Lo que el rey Roger tenía en mente era algo con la misma naturaleza práctica que las cartas de navegación, pero que abarcara la totalidad del mundo conocido. Por tanto, la hercúlea misión de Al-Idrisi era recoger y evaluar todo el conocimiento geográfico disponible –tanto de los libros como de los observadores in situ– y organizarlo para que ofreciese una representación explicativa y fidedigna del mundo. El propósito tenía un sentido práctico, pero también científico: compilar todo el conocimiento contemporáneo sobre la geografía del planeta.
Para ello Roger fundó una academia de geógrafos dirigida por él mismo y con Al-Idrisi como secretario para compilar y filtrar la información. Quería saber las condiciones precisas tanto de las tierras bajo su control, como de las demás: sus límites, climatología, caminos, ríos, y mares.
Empezaron por un estudio comparativo de los trabajos de los geógrafos anteriores, entre ellos doce eruditos de los que diez pertenecían al mundo árabe: Dos geógrafos de época preislámica de Al-Idrisi eran Paulo Orosio, de origen español, autor de la popular Historia, escrita en el siglo V, que incluía un volumen de geografía descriptiva, y Ptolomeo, el más ilustre de los geógrafos clásicos, cuya obra Geografía –escrita en el siglo II– se había perdido completamente en Europa, pero se conservaba en el mundo musulmán traducida al árabe. Tras un examen profundo observaron las muchas discrepancias y omisiones que había en ellos, y se embarcaron en la investigación propia. Los cosmopolitas puertos de Sicilia eran el lugar ideal para esta labor: durante muchos años los barcos que anclaban en Palermo, Messina, Catania o Siracusa fueron interrogado por Al-Idrisi, o hasta por el mismo Roger. ¿Qué clima había en tal país, cuáles eran sus ríos y lagos, había montañas? ¿Cuál era el perfil de sus costas y la morfología de su terreno? ¿Y qué había de sus caminos, construcciones, monumentos, cultivos, cuáles eran sus oficios, las importaciones y exportaciones, sus maravillas? Y por último, ¿cuál era su religión, su cultura, sus costumbres y su lengua? Pero, además de esto, se enviaron expediciones científicas a aquellas zonas de las que no tenían información. En estas expediciones viajaban también dibujantes y cartógrafos para dejar constancia gráfica del país.
Según sus comentarios, Al-Idrisi creía que el mundo era redondo. Pero no fue el único. Al contrario de la falsa creencia popular que aún persiste, de que hasta los tiempos de Colón todo el mundo creía que la tierra era plana, eran muchos los estudiosos y astrónomos que, desde al menos el siglo V a.C., creían que la tierra era un globo.
En 1154, Al-Idrisi confeccionó un gran mapamundi orientado en sentido inverso al utilizado actualmente (el norte abajo y el sur arriba), conocido como la Tabula Rogeriana, acompañado por un libro, denominado Geografía. El rey siciliano dio a estas obras el nombre conjunto de Nuzhat al-Mushtak, aunque en la obra de al-Idrisi aparecen mencionadas como Kitab Ruyar («El Libro de Roger»). En el libro que finalmente publica Al-Idrisi se muestra la tierra como una esfera de un radio de 37.000 kilómetros (la realidad es de 40.075 kilómetros). Parece ser que el propio Cristóbal Colón se sirvió de uno de los mapas de Al-Idrisi en su viaje a América.
Mapamundi de Al-Idrisi (Europa y Asia ocupan la mitad inferior) (Wikipedia)
El pulgar oponible necesitó de 2 millones de años de evolución para diferenciarnos de otros primates gracias a la articulación carpometacarpiana. La liberación manual permitió entonces al homo habilis el desarrollo de herramientas y de un lenguaje más rico gracias a una mayor gestualidad. Por eso sería una pena reducirlo a scrollear hasta el infinito, como nos proponen muchas de las aplicaciones más exitosas de nuestros móviles.
Prodigio de la evolución humana, herramienta de carne y hueso, útiles capaces de fabricar otras herramientas (Arsuaga y Drexler dixerunt), arte-factos de los dioses, protagonistas del sentido más olvidado, las manos procesan mucha más información de la que somos conscientes. Según Kant “La mano es la ventana de la mente”.
Los egipcios establecieron la mano como unidad de medida corporal. El cuerpo perfecto medía 18 veces su propio puño: dos la cabeza, diez desde hombros a rodilla y seis para las piernas. Todas las culturas la utilizan en diferentes reglas mnemotécnicas, como la que representa este grabado de la Cronología de Rodrigo Zamorano para recordar las “fiestas movibles” del calendario romano.
Grabado del ejemplar U/Bc 08015
El fisiólogo Charles Bell decía que “la mano humana es la consumación de la perfección instrumental”. Las manos son necesarias para la manipulación del utillaje más prosaico, pero también de casi cualquier instrumento musical, constituyendo en sí mismas un instrumento de percusión y de acompañamiento para marcar ritmos.
Kircher recoge en su Musurgia vniversalis un grabado sobre la correspondencia de las distintas partes de la mano con las notas musicales.
Grabado de «Musurgia vniversalis» de Kircher (U/Bc 05725)
El Proyecto Handpas, dotado con Fondos Europeos, documentó y difundió las representaciones de manos paleolíticas en Europa, una de las primeras manifestaciones artísticas propias del género humano. Como resultado elaboraron un documental que se puede ver online: https://vimeo.com/195997658. Hipólito Collado, uno de los arqueólogos responsables del proyecto decía: «Cada vez que veo una mano entiendo que me saluda. Y que quien la plasmó quería comunicarse con la eternidad».
En los manuscritos y códices bajomedievales se solían utilizar las llamadas manecillas para señalar las partes más importantes de los textos y podían aparecer decoradas con motivos vegetales y/o animales. Los entornos digitales también nos permiten hacer uso de este símbolo ☞ incluso recurriendo al código ASCII.
En «L’ homme de René Descartes» (Paris, 1729) encontramos este grabado que señala el nervio que llevaría al cerebro la sensación de calor y el dolor de la mano acercándose al fuego.
Grabado del ejemplar L’ homme de René Descartes (U/Bc BU 02960)
Y si, como sabemos, «Le style c’est l’homme», el trabajo manual, la artesanía, el arte, son las manos. Uno de los trabajos artesanales más complicados es precisamente que la propia mano se reproduzca a sí misma en un ejercicio de metacreación. Algunos ejemplos pudimos verlos en la última exposición del Museo de Escultura, «Tiempos Modernos». Este es por ahora unos de los retos de la Inteligencia Artificial, pues aplicaciones generadoras de imágenes como DALL.E, aún no consiguen reproducir esta extremidad de forma realista y precisamente esos amasijos de dedos constituyen la pista definitiva para descubrir imágenes artificiales.
San Mateo Evangelista, Juan de Juni (c.a. 1535)Detalle de Virgen con el NIño y San Juanito, Felipe Bigarny (c.a. 1520)Detalle de San Onofre, Damián Forment (c.a. 1520)
De mujeres que fueron y abrieron camino cuando tenían todo en contra, en distintas épocas y contextos sociales y económicos:
Henriette Regina Davidson Avram: La programadora que en los años 60 desarrolló el sistema de catalogación MARC (MAchine-ReadableCataloging) para la Biblioteca del Congreso de EEUU, lo que cambió para siempre la gestión bibliotecaria.
María Moliner, bibliotecaria de profesión que, a pesar de escribir el diccionario “más completo, útil, acucioso y divertido” (García Márquez dixit) o quizás precisamente por eso, nunca se sentó en un sillón de la RAE.
Louisa May Alcott, la autora de “Mujercitas” que plasmó en su obra un modelo de empoderamiento poco accesible y representado por entonces, rechazando los estándares que se consideraban propios de un género. Porque la ficción también ayuda a construir realidades o, al menos, a representarlas.
Carla Diane Hayden, que en 2016 consiguió ser la primera bibliotecaria de carrera en dirigir la Library of Congress de Washington. El hecho de ser afroamericana la convierte también en una pionera que nos ha regalado frases como “la biblioteca es un lugar en el que vas a encontrar respuestas para cualquier problema”.
Anne-Louise Germaine Necker, que escribió libros de viaje en el siglo XVIII y Napoleón la consideraba una enemiga de tal calibre que tuvo que exiliarse más de una vez. Siempre manifestó que negar a las mujeres el acceso a la esfera pública iba contra los derechos humanos.
Malala, activista pakistaní que en su discurso de inauguración de la Biblioteca de Birmingham dijo: “La educación no es oriental u occidental. La educación es la educación y es el derecho de todos los seres humanos”
Continuemos el camino iniciado y, sobre todo no retrocedamos, porque como dijo Simone de Beauvoir: “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”.
Borges imaginó “que el paraíso sería algún tipo de Biblioteca”. Y quién no lo ha pensado cuando, paseando frente a una estantería, ha detenido el paso y un libro le ha abierto las puertas de campos desconocidos hasta entonces.
Grabado del ejemplar BU 10341 «Historia de la vida de Marco Tulio Cicerón«
Por otra parte Cicerón dijo: “Si hortum in bibliotheca habes, nihil deerit” (M. T. Cicero Epistolarum familiarium liber. Nonus M.T.C Varroni S.D. [4]). La traducción que ha llegado a nuestros días es «Si tienes un jardín y una biblioteca, tienes todo lo que necesitas».
Los tiempos cambian y con ellos las tecnologías, pero la materia prima de la biblioteca continúa siendo la misma: ideas traducidas en palabras manuscritas o impresas sobre papel o transmitidas electrónicamente a través de ceros y unos.
De forma física o digital, en la Universidad las bibliotecas sirven a los objetivos de docencia, enseñanza, investigación, creación de nuevo conocimiento y transmisión del mismo. Thompson y Carr utilizaban la metáfora del corazón como órgano central que alimenta y da oxígeno a todos los miembros de un cuerpo.
A través del catálogo Almena de la BUVa, sin salir de casa, podemos acceder a una amplia colección de libros, revistas electrónicas y bases de datos que han sido seleccionadas aplicando criterios de calidad, materia, especificidad y, desgraciadamente, precio.
Marca de impresor utilizada por Jean Boudot y Étienne Martin. Ejemplar U/Bc BU 06919.
La escritora y periodista Caitlin Moran dice que«Una biblioteca en medio de una comunidad es un cruce entre una salida de emergencia, una balsa salvavidas y un festival. Son catedrales de la mente; hospitales del alma; parques temáticos de la imaginación. En una isla fría y lluviosa, son los únicos espacios públicos protegidos donde no eres un consumidor, sino un ciudadano»
Y es que las bibliotecas como lugar, como continentes de ideas, son también garantes de un espacio de paz, silencio y quietud para la reflexión. Esto no es un tema menor en una época en que las aplicaciones de móvil y las plataformas de streaming compiten por captar nuestra atención.
El ritual de atravesar una puerta que da acceso a un espacio de silencio y paz favorece la puesta en situación, la ruptura con la dispersión mental y la concentración para una mejor reflexión. Esto hace que las bibliotecas sigan siendo necesarias, continente y contenido, en un mundo cada vez más saturado de ruido y, lo que es lo mismo, exceso de información.
Sala de investigadores de la Biblioteca Histórica de Santa Cruz
Cuenta la leyenda que Ray Bradbury, el autor de Fahrenheit 451, escribió en una papeleta de préstamo la frase: «Sin bibliotecas, ¿que nos quedaría? No tendríamos pasado ni futuro.» Esa es también parte de la trama de “1984” de George Orwell, donde relata que la caza y destrucción de libros se había llevado a cabo de forma tan efectiva que “era casi imposible que existiera en toda Oceanía un ejemplar de un libro impreso antes de 1960”. En esta distopía se establecían listas de libros y periódicos que debían ser “repasados” de manera que los originales se destruían en hornos y solo se guardaban los corregidos.
Pues bien, otra de las misiones de las bibliotecas es precisamente conservar la información en sus diferentes soportes y presentaciones para que generaciones futuras puedan disfrutar de ella y recrear tiempos pretéritos (y futuros).
En la Serie denominada “Legajos” custodiamos en nuestra biblioteca un conjunto formado por cerca de 5.000 documentos de tamaño y formato variado (hojas sueltas, anuncios, folletos, panfletos, conferencias, pequeños libros en rústica) en la que podemos encontrar información de todo tipo: las cuentas de la universidad en el siglo XVIII, un folleto de las ferias de nuestra ciudad del año 1906, o la construcción del ferrocarril en el salvaje oeste. Variedad y disparidad que recogen documentos con informaciones, noticias e historias curiosas.
EL U/Bc LEG 18-1 nº 1452 es un trozo de nuestra historia. Una historia que pudo haber sido de otra manera y que podría haber cambiado nuestro presente tal y como lo conocemos. O no. Nunca sabremos.
Un duelo, conocido como el Duelo de Carabanchel (12 de marzo de 1870) entre el pretendiente al trono y cuñado de la reina Isabel II Antonio de Orleans, Duque de Montpesier y Enrique de Borbón, Duque de Sevilla y también aspirante al trono.
Dibujo de Tomás Padró (1840-1877) Grabado de Tomás Carlos Capuz (1834-1899) en Antonio Bermejo, Ildefonso (1876) Historia de la interindad y guerra civil de España desde 1868, 1, p. 907, Dominio público
El Duque de Montpesier soñó con ser rey de España y se vio casado con Isabel II. Pero ahí estaban los intereses internacionales e Inglaterra para impedirlo, recelosos de una alianza con Francia. Se casó con la hermana pequeña de la reina, Luisa Fernanda de Borbón, convencido de así poder llegar al trono español, pensando que el matrimonio de Isabel II con Francisco de Asís era una farsa y que de esa relación nunca saldría un heredero. Qué equivocado estaba. No en la farsa, sino en lo de los herederos. Como de esta manera no pudo conseguirlo, se dedicó a conspirar, financiando campañas contra Isabel, lo que le llevó al exilio en Portugal. Pero cuando Isabel fue depuesta, en 1868, volvió otra vez con ínfulas de monarca.
El otro personaje de nuestra historia también era pretendiente al trono español. Con unas ideas mucho más liberales. No dudó en firmar un manifiesto, bastante injurioso, contra el de Montpesier (las malas lenguas decían que Isabel II estaba detrás de este manifiesto si bien nunca se pudo demostrar y otras, igual de malas o peores, que fue un artículo ideado por los republicanos). La consecuencia de todo esto es que se ganó un merecido “reto a duelo”.
[imagen en: Historia ilustrada de la Revolución española (1870-1931), Tomo 1 .- Barcelona. Gustavo Gil, 1931 p.24]
El caso es que el honor era sagrado. No les preocupaba matarse entre ellos ni venderse al mejor postor, pero ¡ay el honor! Así que, que mejor manera tenían los caballeros, por llamarlos de alguna manera, de aquella época, de resolver sus conflictos. Exacto. Duelo a muerte. O a sangre, como el que aquí nos ocupa. Eligieron pistolas, pistolas que nunca con anterioridad hubieran sido utilizadas y que sus padrinos fueron los encargados de adquirir.
Dispararon a turnos. El primero Montpesier que falló. Luego el de Sevilla. También falló. Podría haber quedado en unas muy honrosas tablas, y el honor de ambos caballeros quedaba a salvo. Pero estos tenían que seguir hasta que hubiera sangre. Y la hubo. El tercer disparo correspondía a Montpesier. Y esta vez atinó, acertando en toda la sien, causando la muerte al de Sevilla. Gran error. El Duque de Sevilla no era un cualquiera, sino que era el hermano de Francisco de Asís, marido de Isabel II.
[imagen en: Historia ilustrada de la Revolución española (1870-1931), Tomo 1 .– Barcelona. Gustavo Gil, 1931 p.24]
La importancia del finado y el duelo creó tal conmoción por toda España y Europa que al ganador se le formó consejo de guerra. Pero ya sabemos cómo son las cosas de los poderosos. Se determinó que la muerte fue accidental, el de Sevilla pasaba por allí, y sólo se le condenó a un mes de arresto.
Y en vez de dar las gracias por que su “accidente” no hubiera ido a más, siguió postulando al trono español, aunque nunca lo consiguió. Su última oportunidad, o eso parecía, fue el casar a su hija, María de las Mercedes con Alfonso XII. El no sería rey de España, pero su hija sería reina consorte y sus nietos los herederos. Pensaría que el que la sigue, la consigue. Pero no le salió mal, sino fatal.
Por desgracia, su hija falleció a los seis meses de su matrimonio con Alfonso XII y por supuesto, sin herederos. Intentó que Alfonso se casara con su hija pequeña, pero este pasó. Lo que sí que consiguió fue casar a su hijo Antonio de Orleans con la hija pequeña de Isabel II, Eulalia. Matrimonio que acabó en divorcio, el primero en una familia real. Viendo que no conseguía nada, los últimos años de su vida se los pasó más interesado en los acontecimientos políticos de Francia que en seguir conspirando, alejándose cada vez más de la política. Murió en 1890 con 65 años, la mayor parte de ellos metido en conspiraciones. Y fue enterrado en el Monasterio de El Escorial en el panteón de los Infantes.
En este contexto de agitación política y zozobra por las constantes vacilaciones gubernamentales, las conspiraciones, las diversas presiones internacionales y los anuncios de los posibles candidatos y aspirantes al trono de diferentes ideologías, sin excluir la posibilidad republicana, aparece nuestro legajo.
Se trata de una hoja de aviso, con carácter panfletario, impresa en Valladolid en la Imprenta de Rojas con fecha manuscrita de 12 de marzo de 1870, que dice reproducir una «Última hora» del periódico progresista madrileño “La Discusión” y que da testimonio del momento político.
El famoso duelo fue descrito por Benito Pérez Galdós en sus Episodios nacionales. (España trágica .- Madrid, 1909, cap IX):
Disparó el Infante, disparó luego Montpensier, y ambos quedaron ilesos. Los padrinos cargaron de nuevo las pistolas y discutieron, probablemente sobre la supresión del avance después de cada doble disparo… «La función es harto pesada -dijo Vicente-; los actos brevísimos, los entreactos interminables. A ver, guapos mozos, tiren otra vez, y hagan el favor de hacer blanco». Y Bravo opinó que el lance llevaba trazas de inofensividad estudiada o fortuita, para concluir sin víctima y sin vencedor, con el solo triunfo del honor en el concepto condecorativo y de social etiqueta… Al disparar los rivales por segunda vez, acudieron los padrinos al Infante, creyéndole herido. Sin duda no fue nada, porque se procedió a cargar nuevamente. «Esto va para largo», dijo Bravo. Y Halconero: «A la tercera va la vencida. Veo la Fatalidad arrugando el ceño…». Y el otro: «Yo veo en su boca una muequecilla conciliadora. Desengáñate. Habrá vida y honor para todos». Por un rato de duración inapreciable, siguieron comentando el lance prolijo, y cuando sus palabras pasaban resueltamente del tono serio y expectante al de las bromas, oyeron el tercer disparo del Borbón… y al sonar el de Montpensier, ¡ay! vieron a don Enrique girar con rápido quiebro y voltereta, y caer de un lado… Al rebotar en el suelo, quedó el cuerpo en posición supina.
Con excepción del caballero de Orleans, que impávido, tal vez temeroso, permanecía en su puesto, todos acudieron a examinar al caballero caído… Los amigos intrusos, espoleados por su curiosidad ardiente, metiéronse en el vedado del Juicio de Dios. Si un instante dudaron, pronto les decidió el ver que de la otra parte violaban la clausura diferentes personas, algunas en traje militar. Algo sucedía de gravedad suma. Cuando llegaron al grupo, destacose de él Santamaría, y en su rostro moruno vieron los dos amigos la emoción trágica. «¿Herido el Infante?» murmuró Bravo. Y el levantino respondió que si no estaba muerto, poco le faltaba… Acercose Bravo codeando; mas de tal modo se apiñaban sobre el caído los ansiosos de examinarle, que sólo pudo ver el cuerpo de rodillas abajo… Federico Rubio, que antes que los dos médicos del duelo había podido apreciar la herida del Infante y su respiración estertorosa, se incorporo diciendo: «No hay remedio. Está expirando».
Al propio tiempo volvió Halconero sus miradas hacia Montpensier, la contrafigura del duelo terminado, y vio que un señor, en quien pudo reconocer a Solís, secretario y padrino del Duque, le notificaba el terrible desenlace.
El de Orleans dejó caer sus lentes, que quedaron colgando de la cinta, y mientras los cristales devolvían la luz con picantes reflejos, el caballero vencedor se llevó las manos a la cabeza en ademán de desesperación, y al aire salieron de su boca palabras doloridas que oyó tan sólo el secretario. O se lamentaba cristianamente de haber matado al primer hermano de su esposa, o lloraba viendo desvanecida en humo su ilusión mayestática 2. Fue al lance tal vez con la idea de hacer ante el público sus pruebas de valentía y de honor caballeresco, guardando las vidas de ambos para un reinado de conciliación, de lavatorio en aguas jordánicas. Pero el Destino le había jugado una mala partida. Él quería comedia, y Melpómene le había cambiado los trastos. Frente a la catástrofe, Montpensier maldecía su suerte, confundiendo en su consternación los motivos políticos y los humanos. Había matado a un individuo de la Familia Real de España, hermano del Rey consorte, cuñado y primo de la Reina, tío del inocente Alfonso. Pero si la bala de Orleans quitó la vida al Infante, la bala de Borbón, perdida en el espacio, se llevó la corona de Isabel, que ya el esposo de Luisa Fernanda creía poder encasquetar en su cabeza. Con brutal humorismo, el Destino retirábase del escenario, dejando tras de sí las sílabas de su carcajada… ja, ja…
Retratos de los españoles ilustres: con un epítome de sus vidas (Madrid : en la Imprenta Real de Madrid, siendo su regente D. Lázaro Gayguer, 1791) U/Bc 00565
En 1789, la Real Calcografía española, inicia su trayectoria con un proyecto para divulgar los retratos de aquellos españoles que habían destacado en los campos de las letras, artes, gobierno y ejército.
La serie había sido proyectada por la Secretaría de Estado, en 1788, bajo patrocinio Real e impulsada por Floridablanca, un proyecto que sería continuado por Aranda y Godoy. El proyecto era de tal envergadura que iba a ocupar durante casi 30 años recursos, talleres, pintores, grabadores de la Real Academia, Imprenta Real y Calcografía.
«A Manuel Salvador Carmona, director de grabado de la Real Academia de San Fernando, se le pidió un informe en el que constaran los grabadores que podrían hacerse cargo de tan magna obra. Carmona propuso a los de «más mérito»: Fernando Selma, Francisco Muntaner, Joaquín Ballester y Juan Moreno Tejada, si bien este último no podía encargarse de nada hasta que terminara las láminas del Tratado de artillería, de Tomás de Morla. También propuso a Mariano Brandi y a Joaquín Pro, cada uno de los cuales podría hacer, bajo su dirección, hasta cuatro retratos al año. Añadía que se pagara a cada grabador por lámina hecha, en vez de asignar una cantidad mensual. Manuel Monfort sugirió para cada lámina, «trabajada con todo primor», el pago de 3.600 a 4.000 reales. Finalmente se decidió que fueran 440 reales por cada dibujo y 3.000 por lámina.» ( vid. Juan Carrete Parrondo (2008) )
Se realizaron un total de 114 retratos en formato gran folio 430 x 300 mm (caja de impresión variable aprox. 370 x 260 mm) sobre papel ( filigrana Fm Gvarro y Rimaud [Grimaud?] de gran calidad siendo el de las planchas de mayor grosor; realizados en talla dulce, con aguafuerte y buril sobre plancha de cobre. Cada lámina va acompañada de una sucinta biografía.
La serie fue publicada en 19 cuadernos cada uno con seis retratos. Al primero, editado en 1791, precedía un prólogo, escrito por José Castañeda y un aviso que daba cuenta del carácter e importancia que se concedía a la obra.
Entre 1791 y 1795 se publicaron los ocho primeros cuadernos, el 9 en 1796, el 10 y 11 en 1797, el 12 en 1798, el 14 y 15 en 1802, el 16 en 1804, el 17 en 1805, el 18 en 1806 y el 19 en 1819. Entre 1882 y 1889 se añadió un nuevo cuaderno con 6 retratos.
Desde el primer momento el gobierno ejerció un control directo sobre la publicación. Dada la dimensión propagandística y patriótica del proyecto, se ejerció una rigurosa censura tanto sobre los dibujos como sobre los textos. El elenco y biografías de los personajes elegidos como ilustres proporciona una idea clara del proyecto: la fijación de un canon histórico, político, militar, artístico y literario y de una representación iconográfica (que en buena medida marcará las pautas continuadas en los siglos siguientes).
En el prólogo se anuncia otra colección con los monarcas, para explicar, en esta, su ausencia. También es de notar, en el conjunto de todos los cuadernos, la ausencia absoluta de mujeres.
Nota anuncio al final del prólogo
La publicación y su ritmo de producción acusan la caída del Conde de Floridablanca; la Guerra en la Península, y las zozobras primeras del reinado de Fernando VII. La última serie obedece al primer impulso nacionalizador y proyecto de elaboración historiográfico de la Restauración Canovista.
«La mayor parte de los epítomes biográficos fueron redactados por Antonio de Capmany, en una primera etapa, y por el conde de Castañeda de los Lamos, después. Pero también hay constancia de otros autores como Manuel José Quintana –quien el 31 de diciembre de 1797 recibía 1.200 reales por su colaboración en la empresa–, Juan Antonio Enríquez –autor de la biografía de José del Campillo– o Juan Ramírez Alamanzón –a quien Cevallos le encargó la biografía del conde de Gondomar–.» ( Juan Carrete Parrondo (2008) )
El ejemplar de la Biblioteca de Santa Cruz contiene, en magnífico estado, las 114 láminas de las series originales (1791-1820) y noticias biográficas, encuadernadas por junto, con el prólogo y presentación.
En los grabados son de admirar el preciosismo en ropajes, armaduras, y lo conseguido de los rostros, manos, ojos y expresión. Los grabados representan a: 4. Antonio de Leyva ; 5. Ambrosio de Morales ; 6. Juan de Mariana ; 7. F. Lope Félix de la Vega Carpio ;
8. Antonio de Solís ; 9. Nicolás Antonio ; 10. Gil Carrillo de Albornoz ; 11. Gonzalo Fernández de Córdoba ; 12. Fernando Álvarez de Toledo (Gran duque de Alba) ; 13 Arias Montano ; 14. Francisco de Quevedo y Villegas ; 15. Juan de Ferreras ; 16. Hernán Cortés ; 17. Garcilaso de la Vega ; 18. Alonso de Ercilla ;
19. Pedro Calderón de la Barca ; 20 Miguel de Cervantes Saavedra ; 21. Joseph Patiño ; 22. Antonio de Nebrixa ; 23. Pedro Menéndez de Avilés ; 24. Sancho Dávila ; 25. Álvaro de Bazán ; 26. Antonio Agustín ; 27. Juan de Austria (hijo Felipe IV) ; 28. Fray Luis de Granada ; 29. Martín de Azpilcueta y Navarro ; 30. Luis de Góngora ; 31. Bernardino de Rebolledo ; 32. Juan de Austria ; 33. Pedro Chacón ; 34. Alonso Tostado ; 35. Juan Luis Vives ; 36. Diego Hurtado de Mendoza ; 37. Gerónimo de Zurita ; 38. Diego de Saavedra Faxardo ;
39 Álvaro Joseph Navia Osorio ; 40. Fray Luis de León ; 41. Juan de Palafox ; 42. Luis de Requesens ; 43. Francisco Valles ; 44. Juan de Rivera ; 45. Bartolomé Leonardo de Argensola ; 46. Juan de Ávila ; 47. Diego de Covarruvias ; 48. Fray Joseph de Sigüenza ; 49. Diego Mesía y Guzmán ; 50. Tomás Vicente Tosca ; 51. Juan de Urbina ; 52 Hugo de Moncada ; 53. Juan Martínez Siliceo ; 54. Bartolomé de Carranza ; 55. Antonio Covarruvias y Leyva ; 56. Antonio Pérez ; 57. Josef Pellicer ; 58. Hernando de Alarcón ; 59. Pedro González de Mendoza ; 60. Melchor de Macanaz ; 61. Francisco Ximénez de Cisneros ; 62. Vasco Núñez de Balboa ; 63. Josef Carrillo de Albornoz ; 64. Rodrigo Ximénez ; 65. Juan de Torquemada ; 66. Diego García de Paredes ; 67. Francisco Pizarro ; 68. Santo Tomás de Villanueva ; 69. Hernando de Soto ; 70. Pablo de Céspedes ; 71 Juan de Herrera ; 72 Joseph Ribera ; 73. Diego Velázquez ; 74. Alonso Cano ; 75 Bartolomé de Murillo ; 76. El Cid Campeador ; 77. Alonso Pérez de Guzmán (Guzmán el Bueno) ; 78. Íñigo López de Mendoza , Marqués de Santillana ; 79. Juan Ginés de Sepúlveda ; 80. Francisco Salinas ; 81. Benito Gerónimo Feijoo ;
82. Álvaro de Luna ; 83. Andrés Laguna ; 84. Fernando Nuñez de Guzmán ; 85. Bartolomé de las Casas ; 86. Francisco Sánchez (el Brocense) ; 87. Alfonso de Villegas ; 88. Nuño Núñez Rasura ; 89. Laín Calvo ; 90. Pedro Navarro ; 91. Juan Bautista Pérez ; 92. Gerónimo Gómez de Huerta ; 93. El Conde Duque de Olivares ;
94. Fray Juan de Jesús María ; 95. Martín Bautista de Lanuza ; 96. Pedro Fernández de Castro (Conde de Lemos) ; 97. Vicente Espinel ; 98. Jorge Juan ; 99. Antonio de Ulloa ; 100. Pablo de Santa María ; 101. Diego Laynez ; 102. Fray Gerónimo Gracián ; 103. D. Josef del Campillo ; 104. Francisco de Mendoza y Bobadilla ; 105. Alfonso de Cartagena ; 106. Pedro Fernández de Velasco ; 107. Juan Sebastián de Elcano ; 108. Melchor Cano ; 109. Alfonso Salmerón ; 110. Bernardo de Balbuena ; 111. Felipe Gil de Taboada ; 112. Diego de Álava y Beaumont ; 113. Diego Sarmiento de Acuña ; 114. Pedro de Ribadeneyra ; 115. Pedro de Quevedo y Quintano (obispo de Orense) ; 116. Pedro Rodríguez Campoamanes ; 117. José Moniño (conde de Floridablanca).
El ejemplar de Santa Cruz presenta un sello en una de las hojas de respeto que lo identifica como proveniente de la Biblioteca de Osuna.
Allo Manero,María Adelaida (2014) : «El ejemplar «Retratos de personajes españoles ilustres con un epítome de sus vidas» de la Biblioteca de la Universidad de Zaragoza» en Estudios de información, documentación y archivos: homenaje a la profesora Pilar Gay Molins / Pilar Gay Molins (hom.), ISBN 978-84-16028-86-3, págs. 25-40 ( https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4773746 )
Carrete Parrondo, Juan (2008) : Retratos de los Españoles Ilustres con un epítome de sus vidas, Madrid, Imprenta Real y Real Calcografía, 1791 -.[1819] (con un Catálogo de los Retratos) enarteprocomun
Molina, Álvaro (2016) : «Retratos de Españoles ilustres con un epítome de sus vidas. Orígenes y gestación de una empresa ilustrada» en Archivo español de arte, ISSN 0004-0428, ISSN-e 1988-8511, Tomo 89, Nº 353, 2016, págs. 43-60. DOI: 10.3989/aearte.2016.04 ( https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5435152 )
Dice Borges en su Biblioteca de Babel que el hombre es un “imperfecto bibliotecario”. Quienes trabajamos en bibliotecas tratamos de pulir esa imperfección ordenando y clasificando lo inordenable. Todo con el afán de facilitar la búsqueda y recuperación de información en océanos de papel, tinta o ceros y unos, dentro de esa “Biblioteca interminable” de la que hablaba el autor.
Interminables son también los bibliotecarios que nos han precedido, desde Calímaco, hacedor del que se supone fue el primer catálogo de la historia, (el de la Biblioteca de Alejandría), hasta Octavio Paz, que dirigió la Biblioteca Nacional de México o el mismo Borges la de Argentina.
En el ámbito más cercano, hemos de homenajear a María Moliner quien, a pesar de ser vetada por la RAE, elaboró el diccionario más completo de uso del español. Tras aprobar las oposiciones para el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, fue la primera mujer que entró a trabajar en el Archivo de Simancas. También participó en las Misiones Pedagógicas a través de la Institución Libre de Enseñanza, llevando las bibliotecas al mundo rural de la España de los años 30.
También Gloria Fuertes, denostada en vida por sus apariciones televisivas y reivindicada últimamente, estudió Biblioteconomía e Inglés en el Instituto Internacional de Madrid, donde ocupó el cargo de bibliotecaria desde 1958 hasta 1961, cuando recibió una beca Fullbright para impartir clases en la Universidad de Bucknell, Pensilvania. Según ella: «Una biblioteca es como una segunda casa para las personas que leen libros. En la biblioteca están todos los libros y puedes leerlos gratis. Dentro de una biblioteca se cura la ignorancia, los libros son para la mente como las tiritas para las heridas. Las bibliotecas son tan importantes que tendrían que estar por todas partes, como las farmacias.»
Más recientemente Gloria Salmerón, que dirigió la Biblioteca Nacional entre 2010 y 2013 y presidió la IFLA entre 2017 y 2019, llegó a ser galardonada por la institución con el título de integrante honoraria por sus aportes en el ámbito bibliotecario. También recibió la medalla de honor de ANABAD, la Federación española de asociaciones de archiveros, bibliotecarios, arqueólogos, museólogos y documentalistas.
Fotograma del personaje de Barbara Gordon en la serie «Batman»
Y es que en realidad facilitar a los usuarios la información que necesitan es un superpoder que cambia vidas…Pura magia.
Es una misión imposible explicar a alguien poco familiarizado con el mundo bibliotecario y la información en qué consiste nuestro trabajo. Uno de los lugares comunes y broma recurrente (de complicada gracia y encaje) es decir que dedicamos la jornada laboral a leer. Puede que Marcel Proust llegara a encarnar este tópico pues, nacido en una familia acomodada, tuvo como único trabajo conocido (gracias a los contactos de su padre) el de bibliotecario en la Biblioteca Mazarina de París. Dicen que dedicaba gran parte de la jornada a hojear los libros del Cardenal Mazarino y, sin que sirva de precedente, se puede aceptar su actitud ya que el cargo era honorario y no estaba dotado de sueldo.
En el caso de esta Biblioteca hemos de recordar a Saturnino Rivera Manescau que publicó “Papeles pertenecientes al Colegio Mayor de Santa Cruz de Valladolid” y describió la sección de Incunables y Raros bajo la dirección de Alcocer en “Catálogos de la Biblioteca Universitaria y Provincial (Santa Cruz) de Valladolid”.
Biblioteca Histórica de Santa Cruz, 1865. (Archivo Municipal de Valladolid)
Mariano Alcocer Martínez dirigió la Biblioteca Universitaria desde 1917 a 1929 y reorganizó los libros de la Histórica dotándolos de un numero currens para aprovechar al máximo el siempre escaso espacio disponible. Debido al fallecimiento inesperado del director del Archivo de Simancas, desde 1922 simultaneó su cargo con la dirección interina del Archivo.
También es autor de “Historia de la Universidad de Valladolid (Valladolid, 1921-1923)”, obra dividida en 5 volúmenes y “Catálogo razonado de obras impresas en Valladolid 1481-1800”, publicado en 1926.
Umberto Eco comprendió a la perfección el oficio de bibliotecario (sin ser él nada de eso), y lo reflejó en «El nombre de la rosa» donde dice: «El libro es una criatura frágil. Sufre el paso del tiempo, el acoso de los roedores y las manos torpes, así que el bibliotecario protege los libros no sólo contra el género humano sino también contra la naturaleza, dedicando su vida a esta guerra contra las fuerzas del olvido«.
Gracias pues, a quienes encarnaron el oficio en el pasado y sigamos protegiendo la información y los libros (en cualquiera de sus formatos) contra la naturaleza, el género humano y el olvido.
Los Santander fueron uno de los más importantes linajes de impresores de Valladolid, con una producción que se extiende desde la segunda mitad del siglo XVIII a las tres primeras décadas del siglo XIX.
El iniciador de la dinastía fue Thomás de Santander, impresor y librero radicado en Valladolid (17??-1782), que se había formado en la Imprenta de su suegro Alonso del Riego (impresor de la Real Universidad de Valladolid).
Fallecido Del Riego, sus herederos continúan con el negocio con la marca «Herederos de Alonso del Riego» a partir de 1761 (Alcocer 1361 p. 491). Muerta Tomasa del Riego, esposa de Thomás de Santander, en 1763 y después de algunos pleitos y problemas derivados del reparto de la herencia (Palomares p. 47), Thomás de Santander se había establecido como librero e impresor independiente.
Los primeros libros impresos con su marca aparecen en 1763. Según Alcocer (Catálogo nº 1366 y 1367, p. 492). Serían una “Novena sagrada de nuestra señora de los Ángeles de la Hoz…” (48 p. 10 cm). Y las “Ordenanzas con que se rige y gobierna la República de la muy noble y leal ciudad de Valladolid. En las cuales se declaran todos los artículos, tocantes al pro común de ella..” (4h + 183 p. 20 cm. 8º)
En estas últimas figura, a modo de presentación y propósito: “Volviéronse a imprimir estas ordenanzas quarta vez en 16 de Octubre 1763 a pedimento de Thomàs de Santander, tesorero de la Real Universidad e impresor de ella, quien por hacer este obsequio al común de la ciudad las imprimió a su costa”.
Thomás era además bedel de la Universidad de Valladolid, y proveedor para esta de libros, papeles, tintas y útiles de escritorio. A partir de ese 1763 sustituirá a Pedro Andrés García en el puesto de tesorero de la Universidad. En bastantes de sus publicaciones se titulará también como Tipógrafo de la Universidad.
A la muerte de Thomás, en 1782, continúan con el taller familiar su segunda mujer María Benita Fernández Chiscano “que le sobrevivirá y prolongará la actividad de su difunto esposo como tesorera de la Universidad e impresora” (Palomares p. 45); y su hijos Mariano, Raimundo y Florencio.
[cfr. Palomares (1974): Imprenta e impresores de Valladolid en el siglo XVIII. p. 50]
El taller continuará bajo los nombres de: Herederos de Tomás Santander (1782-1783), Viuda de Tomás de Santander (1784-1787), Viuda e Hijos de Santander (1787-1800), Hermanos Santander (Raimundo y Mariano) (1800-1834). El tercer hijo, Florencio, dejará su marca como impresor en solitario entre 1785-87 mayormente en una serie de cartas y respuestas impresas de polémicas con el Diario Pinciano.
Al morir Mariano, en 1834, desaparece la «Casa Santander». Palomares calcula que Tomás Santander publicó unas 96 obras y sus sucesores, unas 154.
La mayor parte de la publicaciones tienen carácter institucional o “escolar”. Son por una parte ordenanzas, avisos, reglamentos, acuerdos, publicaciones de autor, comerciales y particulares, folletos, publicaciones para la universidad y de instituciones de la ciudad y por otra parte manuales, ediciones de clásicos, libros de referencia con algún interés para los estudios universitarios o la vida de la Universidad.
Los primeros libros impresos con la marca «Viuda de Santander», aparecerán a partir de 1784, y hasta 1800 (probablemente año de su muerte). Bajo su gobierno se publicarán algunos de los más interesantes volúmenes de la editora, imbuidos del espíritu de la ilustración y de las sociedades reformistas de Amigos del País, entre ellos la traducción de la obra de Adam Smith y diversos reglamentos, documentos y obras de interés general para la universidad y la ciudad:
Alcocer y Martínez, Mariano : Catálogo razonado de obras impresas en Valladolid 1481-1800 / por Mariano Alcocer Martinez. (Valladolid: Imprenta de la Casa Social Católica, 1926).
Establés Susán, Sandra : Diccionario de mujeres impresoras y libreras: de España e Iberoamérica entre los siglos XV y XVIII / Sandra Establés Durán, In culpa est, 5 (Zaragoza: Universidad, 2018) P. 268-69.
Floranes, Rafael. Memoria de los impresores de Valladolid desde el principio de la imprenta en esta ciudad hasta hoy / D. R. F. s.l: [s.n.], 1794. MS
Palomares Ibáñez, Jesús María : Imprenta e impresores de Valladolid en el siglo XVIII , Estudios y documentos, 34 (Valladolid: Universidad de Valladolid, 1974 ) P. 44-53
Pocos animales tienen tanta carga simbólica como la serpiente. Para los egipcios era sinónimo de poder, en la tradición cristiana representa el pecado pero también se relaciona con el renacer por el cambio de piel, la curación y la sabiduría.
El Génesis describe la serpiente como “el más astuto de todos los animales salvajes que Dios había creado” para contar a continuación cómo instigó a Eva para que comiera del árbol prohibido.
En «Mundus symbolicus«, el abad milanés Filippo Picinelli reúne las leyendas y símbolos de la tradición oral y literaria. En él encontramos este grabado del «pecado original», donde también aparece la serpiente enroscada en el árbol del conocimiento.
También en el Beato de Valcavado la serpiente aparece representada junto a Adán y Eva en el Jardín del Edén, en posición vertical hablándole a Eva al oído.
Es habitual ver serpientes en las marcas de impresores. Sirvan como ejemplo:
Marca de impresor de Jean Crespin donde aparece una mujer con cuerpo de serpiente
Marca de impresor de Michel Sonnius
Marca de impresor de Vincenzo Valgrisi
Por otra parte el ouroboros, del griego «ουροβóρος» («oura»: cola y «boros»: comer) es un símbolo que representa a una serpiente mordiéndose la cola y que han utilizado prácticamente todas las civilizaciones antiguas. Sin entrar en leyendas, su figura significa un ciclo de evolución, la constante destrucción y regeneración de la naturaleza. Cada cultura lo adaptó a su manera, pues mientras que para los vikingos representaba a un dios, para los egipcios era símbolo del caos y el orden y la renovación que surge de él. También los alquimistas lo adoptaron como representación de la naturaleza circular de sus obras.
Podemos encontrar un grabado de esa figura circular, en este caso formada por dos serpientes, en el «Vlyssis Aldronandi patricii Bononiensis Monstrorum Historia«, donde el científico y naturalista Ulisse Androvandi describe diferentes monstruos representados en xilografías.