Pocos animales tienen tanta carga simbólica como la serpiente. Para los egipcios era sinónimo de poder, en la tradición cristiana representa el pecado pero también se relaciona con el renacer por el cambio de piel, la curación y la sabiduría.
El Génesis describe la serpiente como “el más astuto de todos los animales salvajes que Dios había creado” para contar a continuación cómo instigó a Eva para que comiera del árbol prohibido.
En «Mundus symbolicus«, el abad milanés Filippo Picinelli reúne las leyendas y símbolos de la tradición oral y literaria. En él encontramos este grabado del «pecado original», donde también aparece la serpiente enroscada en el árbol del conocimiento.
También en el Beato de Valcavado la serpiente aparece representada junto a Adán y Eva en el Jardín del Edén, en posición vertical hablándole a Eva al oído.
Es habitual ver serpientes en las marcas de impresores. Sirvan como ejemplo:
Marca de impresor de Jean Crespin donde aparece una mujer con cuerpo de serpiente
Marca de impresor de Michel Sonnius
Marca de impresor de Vincenzo Valgrisi
Por otra parte el ouroboros, del griego «ουροβóρος» («oura»: cola y «boros»: comer) es un símbolo que representa a una serpiente mordiéndose la cola y que han utilizado prácticamente todas las civilizaciones antiguas. Sin entrar en leyendas, su figura significa un ciclo de evolución, la constante destrucción y regeneración de la naturaleza. Cada cultura lo adaptó a su manera, pues mientras que para los vikingos representaba a un dios, para los egipcios era símbolo del caos y el orden y la renovación que surge de él. También los alquimistas lo adoptaron como representación de la naturaleza circular de sus obras.
Podemos encontrar un grabado de esa figura circular, en este caso formada por dos serpientes, en el «Vlyssis Aldronandi patricii Bononiensis Monstrorum Historia«, donde el científico y naturalista Ulisse Androvandi describe diferentes monstruos representados en xilografías.
Nuestro manuscrito MS 053 reúne un buen número de órdenes, instrucciones y patentes relativos a la organización militar del reinado de Carlos I principalmente y de su sucesor Felipe II.
Carlos V heredó el sistema militar de los Reyes Católicos: el ejército permanente peninsular estaba compuesto principalmente por las Guardias de Castilla y la Infantería de Ordenanza, mientras que el de Italia se basaba en las Coronelías. La Ordenanza de Génova de 15 de noviembre de 1536 es el principio de la organización formal de los Tercios del Ejercito de los Austria. Esta ordenanza vino a regular el dispositivo militar de la corona en Italia, dividiendo las fuerzas reales en tres tercios: un tercio en Nápoles y Sicilia, otro en Lombardía y el tercero, llamado de Málaga, en Niza. El primer tercio acabaría desdoblado: uno estacionado en Nápoles y el otro en Sicilia. Estos fueron los tercios que serían conocidos como los tercios viejos.
Los tercios, junto con la Armada, fueron el instrumento principal de la política exterior militar de la corona, (solo intervinieron en la península para sofocar la rebelión de las Alpujarras o en la conquista de Portugal). Los Tercios nuevos serán formados para combatir a lo largo y ancho de Europa y el Mediterráneo junto con los viejos e incluían soldados españoles, italianos, valones y alemanes; en el siglo XVII se formaron también tercios suizos e irlandeses.
Sobre la creación y organización de este ejército imperial conservamos en nuestra biblioteca una obra de gran interés: “Relaçion de la manera que se tiene en pagar la Gente de Guerra del ex[erci]to del enperador nuestro señor y los sueldos que cada naçion lleva y los ministros della y titulos que se les dan en Alemania, flandes y ytalia a) Alemania y flandes. Carrolus … (fol. 1) … dinero de mas (fol. 169)”. U/Bc MS 053.
En el Manuscrito MSS 300 (ant. Sig. Códice E.136) de la Biblioteca Nacional, junto con la Ordenanza de Génova antes referida, se recogen órdenes, instrucciones y patentes que constituyen un documento único para la historia militar de España. Igualmente, nuestro manuscrito MS 053 reúne un buen número de escritos fechados entre 1536 y 1559, que corresponden al reinado de Carlos I principalmente y de su sucesor Felipe II, en los que se dispone el pago de las tropas de Alemania, Flandes e Italia.
Contiene, además, títulos de nombramientos, de organización, de alojamiento de oficiales y tropa, de suministros y de pagos tanto de la infantería como de la caballería y la artillería. En conjunto son fuente importantísima para el conocimiento de la organización territorial, jerárquica y numérica de los primeros cuerpos profesionales que compusieron el Ejercito Imperial.
Post fata resurgo. Marca de impresor de Giovanni Manfré. Signatura: U/Bc BU 02882
Tras más de un año de cierre, por fin llegan a término los trabajos de mantenimiento en la Biblioteca Histórica. Y es que para conservar el contenido (los libros), hay que ocuparse también del continente. En ello hemos invertido todo este año, previa protección de los libros para resguardarlos de cualquier daño colateral. Tanto es así que, una vez salvaguardados los ejemplares y los cuerpos de la Librería Antigua (Alonso de Manzano, 1705), el espacio cobró otras dimensiones:
Tanto los libros como los espacios que los contienen son elementos vivos expuestos a todo tipo de avatares que pueden provocarles daños. Mediante las labores de mantenimiento se han adaptado los sistemas de iluminación y antiincendios del espacio (continente) a las exigencias actuales. Una de las misiones fundamentales como trabajadores de la Biblioteca Histórica es conservar el Patrimonio (contenido) para que puedan disfrutarlo futuras generaciones. Para ello, tan importante es prevenir posibles daños derivados de agentes externos, como asegurarnos de que las buenas intenciones se traducen en buenas prácticas.
Comparativa del antes y el después de los trabajos de pintura, iluminación, restauración y limpieza de los elementos de la estantería.
Con motivo de la reapertura, cobra materialidad la exposición virtual de Libros Malheridos, https://biblioguias.uva.es/Biblioteca_Historica/Libros_Malheridos que se preparó con motivo de las III Jornadas de Gestión de Patrimonio Bibliográfico (Valencia, 2022), organizadas por el Grupo de Patrimonio Bibliográfico de REBIUN del que formamos parte.
Páginas emborronadas utilizadas para «hacer cuentas» y garabatos
Gelio, Aulo. Auli Gellii luculentissimi scriptoris Noctes Atticae. Lugduni: apud Seb. Gryphium, 1555. Signatura: U/Bc BU 06291
Hoja de guarda perteneciente al incunable 340, reaprovechada de un manuscrito, con letra capital mutilada
Albertus de Saxonia. Questio[n]es et decisio[n]es physicales insignium virorum : Alberti de Saxonia in Octo libros physicorum… Parisiis: vaenundantur in aedibus Iodoci Badii Ascensii & Conradi Resch, 1518.- [6], CCXIV, LX, [6] h.; 4º. Signatura: U/Bc IyR 340
Briasson, Antoine-Claude, Michel-Etiènne David, and André-François Le Breton. Recueil de planches, sur les sciences, les arts libéraux, et les arts méchaniques, avec leur explication : sixieme volume … A Paris: : chez Briasson …, David … Le Breton …, 1768. Signatura: U/Bc 12809
Luis Seoane, editor ilustrador, diseñador de capas, creador de marcas de colecciones, entendió el libro en la tradición de los grandes impresores clásicos como un objeto total en el que continente y contenido se conjugan en equilibrio. En el prólogo a su Segundo libro de tapas* dejó escrito:
Albert Skira, creador de libros de arte, de aquella espléndida revista que se llamó «Minotaure», aseguró, en el catálogo que conmemoraba sus veinte años de editor, que un bello libro no es obra de una sola persona, sino el fruto del esfuerzo de todos aquellos que trabajan en su elaboración. Son varios los artesanos que intervienen en la elaboración del libro y el esfuerzo es siempre de carácter colectivo. Cada libro tiene una historia, independiente del autor y del tema que trata. Una historia referida a su edición. Aquel libro que nació rico, que produjo seguramente un déficit en la contabilidad de la editorial, ahí está en una librería de última categoría, vendiéndose en lote con otros más modestos que corrieron igual suerte. «Tres libros por diez pesos» reza el cartel, sin importar nombre de autor, título o tema. El libro, aún en estas condiciones, mantiene su secreto interior, su historia oculta y una especie de dignidad que lo semeja en esas librerías, donde se vende en promiscuidad con discos y otros objetos, a la de aquellos hidalgos venidos a menos que ostentan en el traje gastado la traza de las repetidas limpiezas de las tintoreras y que viven una segunda vida en la Corte de los Milagros de cualquier ciudad. El traje del libro, su tapa, o la sobrecubierta si aún la conserva, ostenta también señales parecidas de gomas de borrar.
La Calle Corrientes de Buenos Aires es el Barrio Chino, el Mangue, o el viejo Paseo Colón de muchos libros que esperan su rescate. Cada uno de ellos tiene, independientemente de la historia de su creación y de su actual desamparo, su crónica gráfica tan digna de ser relatada en algunos casos, como del «Florilége des amours de Roward» que ilustró con espléndidas litografías Matisse y, en oportunidades, mucho más pintoresca.
Entre todas las personas que intervienen en la confección del libro, el que le imprime carácter definitivo es el maquetista, el artista gráfico, autor de su arquitectura y decoración.
El texto sigue, y nos cuenta su periplo como diseñador de libros en el contexto de ilusión y renovación que le tocó vivir entre el decó, vanguardia y expresionismo en la España republicana y el exilio en ese paraíso del libro que fue la Argentina de los años 40-50 del siglo XX. Pero hoy lo que nos importa es el formato. Pues si “el estilo es el hombre” como nos recordaría Victor Klemperer en su formidable LTI * el libro finalmente impreso, también es el texto.
Th. W. Adorno* lo explica elocuentemente en sus no poco erasmistas “Chifladuras bibliográficas”:
De que la forma exterior de lo impreso tiene su propia fuerza constituye un indicio el hecho de que autores de la máxima experiencia como Balzac y Karl Kraus se sintieran compelidos a hacer cambios profundos en las galeradas, hasta en la composición definitiva, e incluso a reescribir enteramente lo ya impreso. La culpa de ello no la tiene ni una negligencia en el manuscrito previo ni un perfeccionismo nimio. Sino que sólo en las letras impresas asumen los textos, realmente o en apariencia, esa objetividad que los hace desprenderse definitivamente de sus autores, y esto a su vez permite a éstos contemplarlos con una mirada ajena y descubrir defectos que se les ocultaban mientras todavía estaban a su tarea y sentían que los controlaban en lugar de reconocer hasta qué punto la calidad de un texto se manifiesta precisamente en el hecho de que es él el que controla al autor. Así por ejemplo, las proporciones entre las longitudes de trozos aislados, de un prólogo con lo que le sigue no son verdaderamente controlables antes de su impresión; los manuscritos mecanografiados, que consumen más páginas, confunden al autor haciéndole ver como muy alejado lo que está tan próximo que es una grosera repetición; en general tienden a dislocar las proporciones en favor de la comodidad del autor. Para quien es capaz de autorreflexión la impresión se convierte en una crítica de lo escrito: abre una vía del exterior al interior. A los editores habría por tanto que recomendarles indulgencia con las correcciones de los autores.
Como destacó Raúl Mario Rosarivo*, diseñador, tipógrafo, poeta, pintor, ilustrador, investigador y estudioso de la proporción aurea en la Biblia de Gutenberg y los libros renacentistas, la mancha tipográfica no es aleatoria. El oficio de impresor conoce unas pautas que fueron mejoradas durante siglos. Que fueron dotando de legibilidad al texto y que permiten leer con comodidad y jerarquizar la información. Todo lo que hoy bien hemos reaprendido acostumbrándonos al uso y versatilidad de los procesadores de texto.
Los tamaños apropiados a los géneros y disciplinas, la forma de los títulos, autorías, índices, la adecuación de la retícula, las proporciones, distribución y su diseño, los márgenes, las divisiones en partes, capítulos, el parágrafo, la puntuación y la nota (bien marginalia, bien a pie de página, a final de capítulo o de libro) se han ido desarrollando en paralelo, conformando también la lectura; la adecuación a ella y en ella del pensamiento académico y científico; como necesidad para presentar con claridad el contenido y las aportaciones.
La historia de la imprenta, la evolución de la mancha y posibilidades de caja, es a su vez la historia de lo que entendemos por escritura y por lectura. La de la literatura. Y más aún, es la historia de la construcción del estilo académico y científico. Pocos espacios habrá como las bibliotecas universitarias de fondo histórico donde se pueda percibir en un fácil recorrido cronológico por sus fondos esta evolución.
Gozen, pues, los lectores de
nuestros días y los que vinieren,
de bien tamaño como es
el arte de la emprenta,
y de los libros,
en su día.
*
Referencias:
* Seoane, Luís. (1957) “Breve crónica en relación conmigo y las artes gráficas”, en Segundo libro de tapas .- Buenos Aires: Bonino.
* Klemperer,Victor. (2014) LTI La Lengua del tercer Reich : Apuntes de un Filólogo .- Barcelona : Minúscula.
* Adorno, Th. W. (2003) “Chifladuras Bibliográficas” en Notas sobre literatura : Obra completa, 11 .- Madrid: AKAL.
* Rosarivo, Raul M. (1964) Historia general del libro impreso.- Buenos Aires: Ediciones Áureas.
* Diez, Manuel (1499) “Elogio del Arte de la imprenta”en Libro de albeytaria .- Zaragoza : Imp. De Jorge Coci, Leonardo Hutz y Lope Appentegger.
Desde el pasado 16 de marzo y hasta el 27 de agosto, se puede visitar en la Biblioteca Nacional la exposición «Beato de Liébana. La fortuna del Códice de Fernando I y Sancha».
Coincidiendo con el año lebaniego se expone el manuscrito, un facsímil que el visitante puede hojear libremente y diversos ejemplares que repasan la historia del manuscrito. Además, la copia digital del original está disponible en acceso abierto en la Biblioteca Digital Hispánica.
El resto de obras expuestas reconstruyen el periplo que sufrió el ejemplar desde su elaboración en un scriptorium regio leonés para el monasterio San Juan Bautista de León (actual San Isidoro de León) hasta su llegada a la Biblioteca Nacional. En León lo encontró Ambrosio de Morales cuando, por encargo de Felipe II, realizó su viaje de estudio por los reinos de León, Galicia y Asturias. Coincidió que habían llevado allí el de Valcavado (conservado en la Biblioteca Histórica de la Universidad de Valladolid) «para cotejarlo con estotro de S. Isidoro, y assi io lo vi«. Se presume que fue entonces cuando las tablas genealógicas que le faltan al de Valcavado se incorporaron al de Fernando I y Sancha.
Manuscrito expuesto: «Relaciones del viaje que Ambrosio de Morales, cronista de Su Magestad […]»
El acceso a la educación en su época estaba reservado a los hombres, pero Juana destacó desde niña por su afán de conocimiento. Gracias a que pasó a formar parte de la Corte y más tarde se ordenó monja (según Octavio Paz «para poder pensar»), consiguió dedicarse al estudio y la escritura.
Sus textos no eran precisamente místicos, más bien todo lo contrario. Por ello fue acusada constantemente de «profana». Tanto es así que recibió llamadas de atención por parte del obispo de Puebla, a las que ella contestó con «La Respuesta a sor Filotea de la Cruz», toda una defensa del derecho de las mujeres a la educación.
Recibió el apodo de «décima musa» por la calidad de su escritura. Fue tan prolífica que abarcó (entre otros géneros) romances, loas, sonetos, redondillas, comedias teatrales, autos sacramentales, textos argumentativos y villancicos.
En la redondilla «Hombres necios que acusáis» denunciaba (en el siglo XVII) el trato desigual y la doble moral con que se trata a hombres y mujeres en la sociedad.
Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual solicitáis su desdén ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal?
Combatís su resistencia y luego, con gravedad, decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia.
Parecer quiere el denuedo de vuestro parecer loco al niño que pone el coco y luego le tiene miedo […]
El proyecto “ETSO: Estilometría aplicada al Teatro del Siglo de Oro” ha conseguido demostrar, a través de una herramienta de inteligencia artificial, que la obra “La francesa Laura”, fue escrita por Lope de Vega pocos años antes de su muerte. Al frente del proyecto, Germán Vega García-Luengos, catedrático de Literatura Española de la UVa, y Álvaro Cuéllar, investigador formado en esta Universidad, han identificado esta nueva comedia en el fondo de manuscritos de la Biblioteca Nacional de España .
La pieza, que se utilizó en el proyecto como parte del procedimiento rutinario de recolectar obras del Siglo de Oro para aplicarles análisis estilométricos de autoría, acabó resultando todo un hallazgo.
La herramienta Transkribus, entrenada con modelos desarrollados por investigadores y procesos de Inteligencia Artificial, ha sido determinante en el hallazgo. Asimismo, el Grupo PROLOPE de la Universidad Autònoma de Barcelona ha proporcionado textos como parte de su gran labor de edición y estudio de la obra de Lope.
Entre las obras de Lope de Vega que se custodian en la Biblioteca Histórica, destaca una valiosa primera edición de “La Jerusalén conquistada” en la que Lope revisa el poema de Torquato Tasso ambientado en la época de las Cruzadas con la intención de obtener el mecenazgo de la Corte.
Retrato de Lope de Vega sobre pedestal que reza «Su edad no es nada». Signatura: «U/Bc IyR 214«.
De la obra «La Gerusalemme liberata» de Torquato Tasso, en la que se basó Lope, se conserva un ejemplar que presenta 20 de grabados de gran calidad:
Grabado de «La Gerusalemme liberata» de Torquato Tasso. Signatura: U/Bc BU 00277
Jorge Juan y Santacilia, conocido como “el sabio español” fue un científico y marino Jefe de la Escuadra de la Real Armada que profundizó en estudios de cartografía, ciencias matemáticas y humanidades.
Nacido en 1713, con tan solo 21 años formó parte de una expedición de científicos patrocinada por la Real Academia de París y dirigida hacia el virreinato de Perú para medir el grado de un arco meridiano situado por debajo de la línea del ecuador.
Su producción científica en campos como la minería, la astronomía o las matemáticas trascendió nuestras fronteras. Junto a su compañero de expedición, Antonio de Ulloa, compuso “Relacion Historica del Viage a la America Meridional”.
Y como único autor publicó “Observaciones Astronomicas y Phisicas, hechas de orden de su Magestad en los reynos del Perú. De las quales se deduce la figura, y magnitud de la Tierra, y se aplica a la navegación”.
Signatura: U/Bc 08739
En la Biblioteca de Santa Cruz se conserva una segunda impresión (1773) corregida y enmendada que presenta como curiosidad un prólogo y preliminares del autor en los que se aceptan definitivamente los postulados de Copérnico. Esto supuso toda una revolución pues la Tierra dejaba así de considerarse el centro del Universo. Digamos que a partir de entonces dejamos de mirarnos (tanto) el ombligo.
Las mediciones llevadas a cabo en sus expediciones confirmaron también la hipótesis de Newton, que ya en el siglo XVII había teorizado que la Tierra no es una esfera perfecta, sino que está achatada por los polos.
Como grabado especialmente valioso, podemos admirar este mapa de la Luna, donde se detallan los nombres de los cráteres, entre ellos Copérnico, Aristóteles, Plinio, Ptolomeo.
Juvenal es el autor de la famosa expresión “Mens sana in corpore sano” que aparece en el poema número 10 de sus Sátiras. Décimo Junio Juvenal fue un poeta romano cuya obra se reduce a dieciséis Sátiras publicadas entre los siglos I y II d.C. En ellas también aparecen otras expresiones tan conocidas como “pan y circo (panem et circensis)”, “quién vigila a los vigilantes (Sed quis custodiat ipsos custodes?)”, “rara avis” o “mirlo blanco”.
Estas Sátiras son poemas compuestos en versos hexamétricos, inspirados en clásicos latinos y que han pasado a la historia por sus sentencias lapidarias y por criticar la decadencia y corrupción de la época.
Según la Rae el verso hexámetro es ”aquel que, en la poesía griega y latina, consta de seis pies […]”. Como ya vimos en el anterior post, el pie es una unidad métrica en la poesía clásica (formado por entre dos y cuatro sílabas), lo que se traduce en que, en la práctica, los versos hexámetros tienen entre 12 y 17 sílabas. Los poemas más importantes de la poesía griega y latina están escritos en hexámetros, como la Ilíada y la Odisea de Homero, la Eneida de Virgilio o la Metamorfosis de Ovidio. Y es que la poesía clásica se caracteriza más por el ritmo que por la rima o el número de sílabas de cada verso.
Juvenal, Decio Junio et al. Vincentius Minutianus lectori. S. Has Juuenalis Satyras diligentius perlege, […] / interpres est Britanicus addita sunt annotamenta Angeli Politiani, Philippi Beroaldi, Baptiste Egnatii. Impressum Mediolani: apud Alexandrum Minutianum aere co[m]muni cum Venerabili Presbytero Nicolao Gorgonzola, 1514. [Disponible en: http://uvadoc.uva.es/handle/10324/38876]
La expresión «buscarle tres pies al gato» resulta, como mínimo, inquietante.
En el «Tesoro de la lengua castellana o española» dice Covarrubias: “Buscar cinco pies al gato se dice de los que con sofisterías y embustes nos quieren hacer entender lo imposible; nació de que uno quiso probar que la cola del gato era pie” (1611).
El Quijote (1605) recoge la expresión: «…y no ande buscando tres pies al gato».
No está claro si Cervantes utilizó la expresión por error o como disparate del hidalgo, pero desde luego la popularizó. Tanto es así que a partir del siglo XIX se utilizan más los tres pies que los cinco.
Cabe también la posibilidad de que la palabra «pie» se refiera a las sílabas del vocablo en cuestión y no a las extremidades del animal, pues el pie es una unidad métrica en la poesía clásica.
De momento no hemos encontrado tres pies a ningún gato, pero En “Colección de animales y monstruos del Real Gabinete de Historia Natural de Madrid” (1784) Juan Bautista Bru de Ramón nos muestra un ejemplar de pollo de tres pies.