Entre las obras de no ficción de Daniel Defoe se encuentran los numerosos escritos, informes, cartas y panfletos redactados en el tiempo en que actuó como agente en las negociaciones para la Unión del Reino de Inglaterra con el de Escocia.
El Acuerdo establecía que Inglaterra (con Gales) y Escocia debían ser «unidos en un solo reino con el nombre de Gran Bretaña». Los detalles del Tratado se firmaron el 22 de julio de 1706. Los artículos del tratado fueron refrendados por los parlamentos de Inglaterra y Escocia y la unión política entró finalmente en vigor el 1 de mayo de 1707.
Defoe, arrastrado por sus polémicas, deudas y vida picaresca actuó como agente sobre el terreno, agitador, propagandista y espía de los representantes de la corona inglesa. Conocedor de primera mano de los sucesos, acuerdos, campañas, debates y conflictos que dieron como resultado la redacción y aprobación del tratado entre Inglaterra y Escocia, en 1709 publicará en Edimburgo, The History of the Union of Great Britain.
Posee la Biblioteca Histórica un ejemplar (U/Bc 07215) de la magnífica edición publicada por John Stockdale en 1786, de esta particular historia de la Unión redactada por Defoe. Trabajo en el que explica su actividad y en el que destaca como cronista – no pocas veces irónico y parcial- de la realidad política y social escocesa y como fuente de primera mano del agitado proceso.
La edición, abre anteportada con un cuidado retrato calcográfico del autor, realizado por Willian Skelton (1763-1848).
Precede a la Historia de la unión, con portada propia : «An essay, containing a few strictures on the union of Scotland with England; and on the present situation of Ireland… by J.L. de Lolme. Completándose entre ambas con XXIV páginas con una biografía sobre el autor (LIFE of De FOE). Además de dedicatorias y prólogo.
Si la nota biográfica es una pieza digna de leer, especialmente para aquellas admiradoras de la literatura inglesa, en el ensayo encontramos fragmentos de la mejor pluma de Defoe, un pionero del género de la crónica parlamentaria.
Además, esta actividad como publicista y propagandista itinerante le permitió conocer la sociedad y geografía escocesa, así como tratar a una inmensa variedad de individuos, personajes, figuras y tipos, y a establecer numerosos contactos personales en la sociedad escocesa. Elementos, descripciones, anécdotas y circunstancias, que usaría en sus novelas y artículos y que tendrían gran influencia en los narradores ingleses y escoceses y en la literatura en Lengua inglesa en el siglo siguiente.
Nuestro Ms 253 es copia de las partes quinta y sexta de la traducción castellana de Yehuda ben Moshe del “Kitāb al-bāri’ fi akhām an-nujūm” de Abu Ali ibn ar-Rigal (Abenragel), conocido como “Libro complido en los judizios de las estrellas” (Siglo XIII).
Primer folio conservado del Ms 253 (Digitalizado UVaDoc)
Nuestro ejemplar contiene una copia en letra del siglo XIV con el único fragmento conocido de los capítulos 5 y 6 de la versión castellana realizada para Alfonso X en 1254, por Yehuda ben Moshe, médico real, astrónomo y un destacado colaborador de la Escuela de Traductores de Toledo. Y que, con una octava parte, existente en el Archivo catedralicio de Zaragoza, completa el texto del MSS/3065 de la BNE (que contiene las partes 1 a 5).
El «Libro cõplido» es traducción de una de las más famosas obras de astrología judiciaria árabe, realizada en el taller y escuela de Alfonso X, a mediados del siglo XIII. La datación del inicio de la traducción castellana, que parece preceder a las latinas, se fija con la resolución de un horóscopo y rúbrica existente en algunas de las copias, en la mañana del 12 de marzo de 1254 (vid. Guilty, 1954). Las peripecias para la localización y edición de sus partes se recogen en el prólogo del profesor Gerold Hilty a su edición de las partes 6 a 8. Publicación con la que completaba, en 2005, el trabajo de investigación que iniciara en los años 50 del siglo XX.
Hilty había dado a conocer en 1954 la existencia de esta interesante traducción y rara muestra de prosa castellana medieval realizada en el taller alfonsí, publicando la edición de las partes que conocía, con base en el MSS/3065 de la Biblioteca Nacional española.
Posteriormente, gracias al descubrimiento de una versión portuguesa del siglo XV, que contenía los libros 4 a 8, muy probablemente realizada a partir de la castellana, el mismo Hilty proponía la tesis de que la traducción castellana tenía que haber sido completada y conocida, con anterioridad a las latinas, circulando varias copias por la Península Ibérica en los siglos XIV-XV.
Se suponía que no se conservaban más fragmentos de una obra que probablemente había sido destruida completa o parcialmente por la inquisición, hasta que en 1967, el historiador de la ciencia Guy Beaujouan dio noticia de la existencia de dos manuscritos fragmentarios de la misma obra, custodiados uno en nuestra Biblioteca de Santa Cruz y otro en el Archivo Catedralicio de Segovia, que contenían, respectivamente, las partes quinta-sexta y octava de la obra.
En 1973 Guilty viajó a España y consultó el Manuscrito en Santa Cruz, pero no fue hasta su jubilación que se puso a la tarea de completar la edición del Libro conplido de 1954. En los años transcurridos la obra ya había despertado el interés de más investigadores que le facilitaron completar su edición y mejorar algunas transcripciones.
La difusión de la obra de Abu Ali ibn ar-Rigal fue enorme en el ámbito europeo, pero no a través de la pionera traducción del Toledado Yehudá ben Mose, sino a través de las ediciones latinas también del propio scriptorium alfonsí y sus copias (se conocen 50 manuscritos y 6 incunables; y sobre estas, las traducciones al hebreo, alemán, inglés, holandés, francés y probablemente existió versión catalana ).
El ejemplar fragmentario conservado en nuestra biblioteca es excepcional. No solo por contener el raro texto castellano de las partes 5 y 6 (incompletas), sino por la belleza del soporte, tintas y letra escrita de mano. Aunque aparecía mencionado y descrito en los catálogos de Gutiérrez del Caño (1888 p. 3-7); Rivera Manescau (1935 p. 90-92); Alonso Cortés (1976 p. 196-198), su datación se fija y su descripción se completa con la edición de 2005.
El volumen está encuadernado en pergamino, con tapa suelta enlazada y sistema de cierre de lazada con botón de cabeza de turco en piel al alumbre, probablemente del siglo XV. El ejemplar conserva 136 folios, mas 2 hojas en blanco más modernas y guardas de papel verjurado con marcas de agua. Figura en él una foliación moderna a lápiz; y otra original gótica que comienza con el fol. IX hasta el fol. CLII. Los 136 folios de pergamino de 335 x 255 mm. están unidos en cuadernos cosidos. Este ejemplar está mútilo de portada y, como mínimo, del primer cuaderno, falta también del LVII al LXIV, ambos inclusive (un cuaderno de 8 fol.) y, como mínimo, tampoco se conserva un cuaderno final. Cuadernos que ya no se encontrarían cuando se realizó la encuadernación.
El texto está escrito a dos columnas de 25 líneas en caja de 250 x 85 mm. La letra es del siglo XIV, como apuntaba con reservas Alonso Cortés y concluye sin dudar Hilty. Es una bella gótica, con epígrafes, calderones, palabras en destaque en rojo. Las capitales alternan azules con filigranas en rojos y rojas con filigranas azules.
Presenta además apostillas marginales en hebreo, a dos manos, alguna parcialmente guillotinada; que nos sugieren antiguos poseedores.
Aunque son evidentes los rayados para los renglones; tanto los calderones y títulos en rojo, como las capitulares bellamente decoradas y reclamos (realizados por la misma mano del copista cada ocho folios), así como el cuidado de la letras, nos permiten conjeturar que se trata de una copia, en origen, finalizada, aunque ha llegado a nuestros días mútila; que fue guillotinada y encuadernada en pergamino, posteriormente a la perdida de partes y de las anotaciones marginales.
Hilty sugiere, con bastante buen criterio (lo que parece corroborar el hecho de que la misma tipología de encuadernación se repita en varios de los manuscritos más antiguos de la Biblioteca de Santa Cruz) que la obra perteneciese ya a los fondos de la Donación fundacional de la biblioteca del Colegio, realizada por el Cardenal Pedro González de Mendoza, o por lo menos a los primeros tiempos de la Biblioteca.
Referencias:
– Alonso-Cortés, María de las Nieves, Catálogo de manuscritos de la Biblioteca de Santa Cruz, Valladolid: Universidad de Valladolid, 1976.
– Gutierrez del Caño, Marcelino, Códices y manuscritos que se conservan en la Biblioteca de la Universidad de Valladolid, Valladolid: Imprenta y Librería Nacional y Extranjera de Hijos de Rodríguez [etc.], 1888 (UVaDoc)
Una de las características del fondo de nuestra Biblioteca es la adecuación académico-científica de sus ejemplares a su condición como Biblioteca Universitaria a lo largo de los siglos y, en consecuencia, la exigua cantidad en ella de textos literarios.
Si bien disponemos de algunas obras que hoy consideramos clásicos de las literaturas en lengua castellana, inglesa, francesa o portuguesa, estas se han ido incorporando más bien a partir del Siglo XIX (desamortizaciones), donaciones posteriores o en compras realizadas varios siglos después de haber sido impresas. Originales y contemporáneos, predominan aquellos textos y colecciones que se han investido con la categoría de textos clásicos o por la condición de auctoritas de aquellos que los han escrito; y que, por tanto, se han considerado adecuados para el estudio escolar.
Por eso no debería sorprender que, contando con un rico fondo manuscrito y de los dos primeros siglos de la imprenta, en nuestro fondo no exista ni novela artúrica, ni bizantina, ni de caballerías, ni teatro, ni lírica, ni piezas de diversión o entretenimiento. Y por eso, si venimos a encontrar una Melusina, esta sea en marcas de impresor o en detalles decorativos.
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Melusina es un hada con cola de serpiente, o sirena, y algunas veces alas. El arquetipo es propio del folclore céltico, en el que se desarrollan numerosas variantes sobre el encuentro y, a veces amor, de un mortal (normalmente hombre) y una inmortal (normalmente mujer), que termina en la consecución de un tesoro o un objeto mítico, o en casamiento con grandes ganancias y mejora del territorio (el pacto del rey, el príncipe o el señor con la tierra). Pero siempre después que el mortal pase una o varias pruebas, resuelva un acertijo o realice una promesa. Acuerdo o promesa a la que tiene que someterse y que no puede romperse sin que se pierdan los tesoros, itens mágicos o desaparezca todo lo construido.
Marcas de impresor de François y Constantin Fradin en la Biblioteca de Santa Cruz:
Jean d’Arrás la consagró como figura literaria en su Livre de Mélusine o Noble Histoire de Luzignan, escrito a instancias del Duque de Berry para justificación de su linaje, entre 1387 y 1392. En él mezcló elementos del folclore de Francia, Bretaña, del mundo céltico, romano y de las islas Británicas. La leyenda del hada que se convierte en mujer por amor, que ayuda, aconseja y hace florecer las tierras de Lusignan, poblamientos y castillos, tiene hijos y después se ve condenada a vivir como serpiente o dragón al ser roto el pacto o promesa por su esposo, alcanzó gran difusión. Circuló manuscrita en su época, y fue rápidamente impresa (en España gracias a Juan Paris y Clebat : Tolosa, 1489).
Obra de innegable interés en sus descripciones es, además, precedente del realismo en las narrativas caballerescas epigonales (Tirant lo Blanch, El Victorial) de las que terminará bebiendo el Quijote. Como muchos de los libros medievales, es también un libro sapiencial y un manual de comportamiento para la vida cortesana.
Unida al folclore y a la casa Lusignan, aparece vinculada a las divinidades antiguas y a las figuras femeninas de la tradición mitológica, religiosa y literaria. Detrás de Melusine se alza la sombra de Morgana, de la dama del Lago, de las princesas encantadas o ninfas en las fuentes y ríos, de las mouras y el otro mundo de los Sidhes de los países célticos, de las reinas guerreras y Brunildas del folclore nórdico, también de Lilith, de Artemisa, de la mujer fatal, peligrosa, demoníaca, del súcubo.
Melusina, como arquetipo feérico perdurable, ha despertado gran fascinación. Hada, mujer y serpiente, tres veces maldita para la iglesia y en el folclore tres veces celebrada por su sabiduría, poderes mágicos y atractivo sexual. El momento en que Melusina, en su baño del sábado, es espiada por su marido, rompiendo la promesa, ha inspirado multitud de obras de arte (esculturas, canciones, músicas y poemas). Siendo representada sobre todo en su forma híbrida: mitad mujer y mitad serpiente.
Según Lydia Zeldenrust, los xilograbados de la edición princeps de Bernhard Richel (Basel, 1473 ó 1474 ) influyeron en las primeras ediciones francesas, castellanas, holandesas e inglesas. Los grabados de las xilografías de Richel, tuvieron gran influencia en la fijación del mito y repercusión en la construcción de la figura y forma iconográfica.
Esta relación se hace presente si comparamos alguna de las imágenes (a) de la edición francesa de Lyon Guillaume le Roy, 1487; (b) la de Parix y Clebat (Tolosa, 1489) y una de las marcas de impresión de (c) François Fradin (1511) existente en el repertorio de marcas de impresor de la Univ. de Barcelona.
(a)(b)(c)
Incluso podríamos apuntar que la marca presente en la mejilla del caballero, podría ser la representación de Geoffré, sexto hijo de Mélusine, quien será el desencadenante final de la rotura entre los esposos, el fratricida, aventurero y más belicoso pero también el que protagoniza buena parte de la obra y peripecias caballerescas, que tenía un colmillo de gran tamaño como de jabalí (todos los hijos de Melusine, tenían una característica, pequeña deformidad o rasgo animalizante que denotaba su origen). Y así se le representa en los grabados de la edición Tolosana de Parix. La misma tesis de Melusina y Geoffre Grandent ser las 2 figuras representadas en la marca ya la había propuesto François Eygun, apuntando el origen familiar y vinculación de François Fradin, natural de Poitou con su región y folclore.
No resulta extraña esta vinculación de Melusina en una marca de impresor, si vemos que solo en Lyon, entre 1479 y 1493, contamos con 4 ediciones incunables de la obra de Arrás. Y Joshua Blaylock nos indica que todavía era una marca presente, ya más renacentista, del impresor de Pierre Fradin, en uso, por lo menos desde 1560.
Tomada de Blaylock, p. 75.Marcas de Impresor Univ. de Barcelona «Commentarii in tres de poenitentia» de 1569
Referencias:
Alvar, Carlos, Prólogo a Melusina o la noble historia de Lusignan de Jean D’Arras, Madrid, Siruela, 1983 p. IX-XVI.
Blaylock, Joshua M. , The vanishing Lady : Mélusine, Emblems, and Jacques Yver’s Le Printemps d’Yver (1572), in Quidditas 41 (2020), p. 69-95.
Bruckner, Matilda Tomaryn : «Natural and Unnatural Woman: Melusine Inside and Out» en: Doggett LE, O’Sullivan DE, eds. Founding Feminisms in Medieval Studies: Essays in Honor of E. Jane Burns, Gallica. Boydell & Brewer; 2016. p. 21-32.
Cirlot, Juan E.: Diccionario de Símbolos, Madrid: Siruela, 2002.
Eygun, François : «Ce qu’on peut savoir de Mélusine et de son iconographie», Bulletin de la Société des antiquaires de l’Ouest et des musées de Poitiers, 4e série, juillet 1949, p. 57-95 (en concreto p. 88-89).
Harf-Lancner, Laurence, Les fées au Moyen Age: Morgane et Mélusine, Ginebra: Slatkine, 1984.
MacKillop, James, «Fairy Lover, mistress» en Dictionary of Celtic Mythology, Oxford, New York : Oxford Univ. Press, 1998, p.179-180.
Zeldenrust, Lydia, «Serpent or half-serpent? Bernad Richel’s Melusine and the Making of a Western European Icon» en Neophilologus 100 (2016) p. 19-41.
Al-Idrisi, Muhammad b. Muhammad al-Sarif : Dikr al-Andalus, Madrid : en la Imprenta Real, 1799. U/BC 10535. (Disponible en UVaDoc)
La Descripción de España.
En nuestra biblioteca acogemos un ejemplar de la obra Descripción de España de Xerif Aledris, conocido por el Nubiense que se imprime en 1799, en Madrid. Incluye la traducción realizada por Don José Antonio Conde (1765-1820) de La Descripción de España de al-Idrisi. Esta última incluye los capítulos dedicados a Hispania dentro del Libro de Roger.
La traducción de José Antonio Conde señala en el prólogo que “durante siglos la lengua árabe se hablaba con elegancia en las riberas del Guadalquivir y del Tajo”. Sin embargo, la enemistad fue creciendo hasta conseguir su expulsión y después dejarla caer en el olvido.
José Conde, fue un distinguido orientalista español y académico honorario en 1801 y supernumerario en 1802, ocupando la silla G de 1802 a 1814, año en que fue destituido, para reingresar en octubre de 1818 en la silla N. Nacido en Paraleja, Cuenca en 1765, comenzó a estudiar leyes en la Universidad de Alcalá, donde aprendió además griego, hebreo y árabe. Sin embargo, abandonó sus estudios para entrar a trabajar en la Biblioteca Real donde descubriría su verdadera pasión: la literatura. En 1799 publicó el texto árabe de la “Descripción de al-Idrisi“, acompañado de sus notas y su traducción, lo cual le dio una gran reputación. A la llegada de Napoleón en Madrid (1808), Conde se identificó con el partido de Francia, y José Bonaparte le hizo jefe de la Biblioteca Real. Después de su estancia en París, dedicado a la organización de materiales para la creación de una historia, Conde vuelve a España en 1818 o 1819, pero marginado por afrancesado se hundió en la pobreza, y murió poco después de su regreso. Su historia (Historia de la dominación de los Árabes en España) se publicó por suscripción. Era una crónica, más que una historia, que, pese a sus imperfecciones, abrió un campo literario histórico con amplia difusión en su momento.
La “Descripción de España” comienza con un canto a la historia y a la riqueza de la lengua y la literatura árabe sobre las que tiene importantes comentarios como:
“Olvido e ignorancia de esta antigua y preciosa lengua” que hicieron que se quemasen libros y más libros árabes que guardaban mucho más saber que el resto del continente. “¿Cuántos preciosos tratados se consumieron en las llamas? ¿Cuántas noticias históricas, tratados geográficos, tablas astronómicas, libros de agricultura, de botánica, recetarios de remedios sacados de antiguas experiencias, prácticas de artes e industria, de tintorería y manufacturas de seda, sus observaciones y trabajos de minas, sus estilos de comercio y contribución? Todo lo abrasaron, todo se perdió…”
Durante el siglo XVIII y XIX la literatura árabe se fue recuperando gracias a figuras como el propio José Antonio Conde que nos hizo llegar la traducción de esta famosa geografía que nos traslada alrededor de la península ibérica. Esta traducción fue mejorada por la de Antonio Blázquez, aunque este autor tradujo exclusivamente la zona perteneciente a alAndalus, y no será hasta 1974 cuando Ubieto Arteta lance una reimpresión de la edición del texto árabe de Dozy y Goeje.
Abu Abd Allah Muhammad Al-Idrisi (Ceuta 1100 – Palermo 1166)
Nacido en el año 1100, en Ceuta, de una noble familia de procedencia malagueña vinculada al rey Idris II, Al-Idrisi cambiará, para siempre, la forma en la que conocemos el mundo. Inicia su educación en Córdoba, pero desde muy joven comienza a viajar por los reinos de la península ibérica, norte de África y de Oriente, recorriendo el Mediterráneo desde Lisboa a Damasco. En sus viajes anota todas las impresiones que cree oportunas, y va completándolas con referencias de otros escritores contemporáneos y de las fuentes antiguas.
A pesar de que en sus primeros escritos se aprecian cierta tendencia poética, en el transcurso de estos viajes descubre su verdadera pasión: la geografía. Pronto se hace célebre en los círculos culturales por la gran calidad de sus trabajos.
El Libro de Roger
La figura de al-Idrisi enseguida es reconocida dentro y fuera de la península ibérica; de hecho, su nombre llega a oídos del rey normando de Sicilia, Roger II, que le llama a su corte para conocerle. Al-Idrisi narró el encuentro entre ambos. Cuenta que mientras él entraba en la sala, el rey se levantó, caminó hasta él, tomó su mano y lo condujo a través del mármol, cubierto con alfombras, hasta el lugar de honor, junto al trono. Parece ser que enseguida congeniaron. El encuentro fue cercano y ambos discutieron un proyecto grandioso: Roger quería crear el primer mapa del mundo, el más preciso, el más científico. Tenía en mente realizar una carta marina que abarcara todo el mundo conocido y para ello necesitaba la ayuda del mejor geógrafo de la época. La misión que le confió a Al-Idrisi era intelectualmente hercúlea: evaluar y recoger todos los conocimientos geográficos disponibles a partir de los libros; valorar la información proporcionada por observadores sobre el terreno y organizarlo todo de una forma atractiva, precisa
y significativa, porque hasta el momento los mapas eran más interpretaciones eclesiásticas que científicas. Su propósito era en parte práctico, pero sobre todo científico, quería producir una obra en la que se resumieran todos los conocimientos contemporáneos del mundo físico.
Al-Idrisi acepta el encargo y además es colmado de todo tipo de atenciones y de regalos, con el objetivo de que se estableciera permanentemente en la corte. Se trasladó a vivir en palacio, trabajando con un gran equipo de colaboradores y al lado del rey.
Roger II de Sicilia.
Roger II de Hauteville fue hijo de Roger I, guerrero normando conquistador de Sicilia a principios del siglo XII. Se le consideró un excéntrico, por su gusto del estilo de vida oriental, con harenes y eunucos: Algunos de sus contemporáneos se refieren a él de un modo despectivo, como: “un rey medio pagano” o “el sultán bautizado de Sicilia”. Seguramente, todo ello es fruto de su educación puesto que sus maestros habían sido griegos y árabes que le inculcaron la afición por la ciencia, la investigación y el conocimiento. Era, por tanto, habitual verlo en compañía de eruditos, entre los cuales estaba Al-Idrisi. Se cuenta que, como agradecimiento a su nuevo protector, construyó una esfera celeste de plata, que se decía “asombraba a toda persona que la veía”.
El interés que Roger profesaba por la geografía era expresión de la curiosidad científica que despertaba entonces en Europa, pero fue a un musulmán al que tuvo que recurrir necesariamente en busca de ayuda. El enfoque que la Europa cristiana daba a la cartografía tenía aún un carácter simbólico, más propio de lo imaginativo, cuya base eran más las tradiciones y los mitos que la investigación científica. Su uso estaba orientado a la ilustración de libros de peregrinaje, exégesis bíblicas y otras obras. Los mapas eran algo pintoresco y vistoso que mostraban una tierra redonda compuesta de tres continentes de idéntico tamaño –Asia, África y Europa– separados por unas estrechas franjas de agua. El Jardín del Edén y el Paraíso se situaban en lo alto, y Jerusalén en el centro, mientras que los monstruos fabulosos ocupaban las regiones inexploradas –sirenas, dragones, hombres con cabeza de perro, hombres con pies que tenían forma de paraguas con los que se protegían del sol cuando se acostaban –.
Lo que el rey Roger tenía en mente era algo con la misma naturaleza práctica que las cartas de navegación, pero que abarcara la totalidad del mundo conocido. Por tanto, la hercúlea misión de Al-Idrisi era recoger y evaluar todo el conocimiento geográfico disponible –tanto de los libros como de los observadores in situ– y organizarlo para que ofreciese una representación explicativa y fidedigna del mundo. El propósito tenía un sentido práctico, pero también científico: compilar todo el conocimiento contemporáneo sobre la geografía del planeta.
Para ello Roger fundó una academia de geógrafos dirigida por él mismo y con Al-Idrisi como secretario para compilar y filtrar la información. Quería saber las condiciones precisas tanto de las tierras bajo su control, como de las demás: sus límites, climatología, caminos, ríos, y mares.
Empezaron por un estudio comparativo de los trabajos de los geógrafos anteriores, entre ellos doce eruditos de los que diez pertenecían al mundo árabe: Dos geógrafos de época preislámica de Al-Idrisi eran Paulo Orosio, de origen español, autor de la popular Historia, escrita en el siglo V, que incluía un volumen de geografía descriptiva, y Ptolomeo, el más ilustre de los geógrafos clásicos, cuya obra Geografía –escrita en el siglo II– se había perdido completamente en Europa, pero se conservaba en el mundo musulmán traducida al árabe. Tras un examen profundo observaron las muchas discrepancias y omisiones que había en ellos, y se embarcaron en la investigación propia. Los cosmopolitas puertos de Sicilia eran el lugar ideal para esta labor: durante muchos años los barcos que anclaban en Palermo, Messina, Catania o Siracusa fueron interrogado por Al-Idrisi, o hasta por el mismo Roger. ¿Qué clima había en tal país, cuáles eran sus ríos y lagos, había montañas? ¿Cuál era el perfil de sus costas y la morfología de su terreno? ¿Y qué había de sus caminos, construcciones, monumentos, cultivos, cuáles eran sus oficios, las importaciones y exportaciones, sus maravillas? Y por último, ¿cuál era su religión, su cultura, sus costumbres y su lengua? Pero, además de esto, se enviaron expediciones científicas a aquellas zonas de las que no tenían información. En estas expediciones viajaban también dibujantes y cartógrafos para dejar constancia gráfica del país.
Según sus comentarios, Al-Idrisi creía que el mundo era redondo. Pero no fue el único. Al contrario de la falsa creencia popular que aún persiste, de que hasta los tiempos de Colón todo el mundo creía que la tierra era plana, eran muchos los estudiosos y astrónomos que, desde al menos el siglo V a.C., creían que la tierra era un globo.
En 1154, Al-Idrisi confeccionó un gran mapamundi orientado en sentido inverso al utilizado actualmente (el norte abajo y el sur arriba), conocido como la Tabula Rogeriana, acompañado por un libro, denominado Geografía. El rey siciliano dio a estas obras el nombre conjunto de Nuzhat al-Mushtak, aunque en la obra de al-Idrisi aparecen mencionadas como Kitab Ruyar («El Libro de Roger»). En el libro que finalmente publica Al-Idrisi se muestra la tierra como una esfera de un radio de 37.000 kilómetros (la realidad es de 40.075 kilómetros). Parece ser que el propio Cristóbal Colón se sirvió de uno de los mapas de Al-Idrisi en su viaje a América.
Mapamundi de Al-Idrisi (Europa y Asia ocupan la mitad inferior) (Wikipedia)
El ejemplar U/Bc IyR 0325; fue impreso en la oficina tipográfica de Franz Behen, en Maguncia, en 1549. Contiene la obra Commentaria Ioannis Cochlaei de actis et scriptis Martini Lutheri Saxonis, chronographice ex ordine ab anno Domini M.L.XVII. usq[ue] ad annum M.D.XLVI. inclusive fideliter conscripta: adiunctis duobus indicibus, & Edicto Wormaciensi; escrita por Johannes Cochlaeus (1479-1552), humanista y famoso polemista contra Lutero, sus escritos y pensamiento político-religioso.
Después del colofón presenta un ave y sus polluelos, con un lema en centro superior y filacteria «SIC» -«HIS QVI DILIGVNT» (Así – A los que se quiere):
Y bajo el grabado un texto explicativo en latín:
Exemplum ueri Pelicanum cernis amoris / Qui reficit pullos ipfe cruore fuos./ Sic amor est Christi, qui nobis sanguine fufo/ Restittuit uitam, ac in cruce regna dedit. (Verdadero ejemplo de amor el Pelícano que restaura a las crías con su sangre. Tal es el amor de Cristo que con su sangre restituye la vida y nos entregó su reino en la cruz).
El pelícano es uno de los símbolos de Cristo, de su martirio y muerte como salvación y, por antonomasia, del sacrificio y del amor a otros. En el catolicismo se asocia a la eucaristía: a la inmolación de Jesús que con su propia carne y sangre alimenta y redime a la humanidad.
Este paralelismo explica la interesante iconografía consagrada a esta ave: en los bestiarios, emblemas, en los sermones y en el arte; en marcas de impresor, en las encuadernaciones, breviarios, maderas talladas, esculturas, mosaicos, ornamentos, sagrarios y tabernáculos.
El símbolo se origina, probablemente, a causa de una descripción errónea, o por una mala traducción de las fuentes originales o de una mala interpretación de textos antiguos, transmitida y sobre estos elaboradas, a respecto de un ave exótica y lejana, de la que la tradición transmitía que se lastimaba a sí misma, abriéndose el pecho para alimentar, con su sangre, a los pequeños pelícanos hambrientos. Así, el pelícano, abriéndose el pecho para que mane la sangre sobre sus polluelos (normalmente 3), quedó transformado en símbolo del altruismo y en alegoría de Cristo.
La leyenda cristiana del pelícano fue popularizada a través de las versiones del Physiologus, el primero de los bestiarios cristianos y uno de los libros más difundidos y traducidos en la Edad Media. El Physiologus contiene un conjunto de descripciones de diversos animales, criaturas fantásticas, plantas y rocas, la mayoría con frases y sentencias moralizantes. De cada animal se muestra su descripción y se narran varias anécdotas, con el propósito de ilustrar ideas religiosas cristianas, dogmáticas y apologéticas, de sentido alegórico. No es un tratado de historia natural (a pesar de su influencia y autoridad en este campo durante siglos) pues no distingue criaturas fabulosas de especímenes reales; su propósito es más el utilizar elementos del mundo natural, para ofrecer esquemas simbólicos, interpretaciones metafísicas, moralizantes, significados místicos y trascendentes.
Obras impresas por Enguilbert Marnef, a principios del siglo XVI, con marcas de impresor compuestas en las que figura el Pelícano e indicaciones de la librería: «Venundantur Parrhifiis sub pelícano : In vico Sancti Iabobi» y «Venundantur in vico divi Jacobi ad signun pellicani» (Se venden en París, en el callejón de Santiago, bajo el signo del pelícano).
Marca de impresor de Hyeronimus Marnef, continuador de la dinastía (1566) U/Bc BU 10932
Según su relato la historia idealizada del pelícano se remonta al salmo 102, en el que David canta “Y he venido a ser como pelícano del desierto”. El Physiologus describe que los polluelos de esta ave, que reclamaban con mucha violencia la comida a sus padres, recibían la muerte con un brusco picotazo. Después de tres días, llenos de remordimientos, los padres indignos se desgarraban el pecho para regar con su sangre a los pequeños cuerpos inertes y, de esta manera, devolverlos a la vida. Esta leyenda se completa con Isaías 1,2 “Yo he criado hijos y los he engrandecido, /y ellos se han rebelado contra mí”. Que se asocia con la rebelión de los hombres contra el Dios padre y con la redención por la Cruz.
Eusebio, San Agustín y Santo Tomás, van completando la alegoría y el sacrificio del pelícano pasa a representar el sacrificio de Jesucristo. Lo que va transformando el símbolo del pelícano de emblema moral a un símbolo de la resurrección.
A causa de la interpretación de los Padres de la Iglesia, se asoció al pelícano con el ave fénix que resucita de sus cenizas, lo que llevó a identificarlas y confundirlas, afectando a la representación plástica de una y otra y al tratamiento de ambas como seres fabulosos o imaginarios. De esta manera, la representación tradicional europea del ave dista de la realidad, tal como en el grabado, hasta prácticamente el siglo XIX parece más una mezcla de cisne y ave fénix (con las que comparte simbolismos de muerte y resurrección).
U/BC BU 11055 Jonstonus, Joannes : Historiae naturalis de avibus libri VI . cum aeneis figuris. Amstelodami: apud Ioannem Iacobi Fil. Schipper, 1657
No deja de ser interesante en el contexto de la polémica contra Lutero y la reforma, que figure como colofón o marca de impresor un símbolo eucarístico. Uno de los debates abierto por el protestantismo, fue la revisión de la creencia de atribuir a la hostia (el pan sagrado) y al vino el significado de ser la verdadera carne y sangre de Jesús. Negando este sentido milagroso al ritual, proponiendo la eucaristía simplemente como elemento simbólico de la participación en comunidad y aceptando en todo caso la consubstanciación en vez de la transubstanciación.
Como reacción la Iglesia Católica acentuó la importancia de la eucaristía y de la festividad del Corpus Christi (en honor al Cuerpo y la Sangre de Cristo). Lo que era una tradición se convirtió en dogma y en uno de los pilares propagandísticos del catolicismo. El ritual de la consagración en el altar del cuerpo en pan y la sangre en vino pasó a ser un elemento central del ritual, con exhibición en el momento de la consagración para que fuera oído y visto por todos. Además la custodia, donde se colocaba la hostia después de ser consagrada, se convirtió en un elemento de especial veneración. Los sagrarios y custodias pasaron a ser elementos centrales en los templos y elementos protagonistas de la mayor riqueza artística. El motivo del pelícano aparecerá, a lo largo del tiempo, en numerosas imágenes, pinturas, esculturas y vitrales, en grabados y recordatorios asociados a la eucaristía y a la comunión.
NOTAS
Cirlot, Juan Eduardo, Diccionario de símbolos, Madrid: Siruela, 2002.
Bestiario Medieval (edición a cargo de Ignacio Malaxeverría), Madrid, Siruela, 1989.
Desocupada lectora… hemos subido, en acceso abierto, al Repositorio UVaDoc, los 4 tomos de «El ingenioso Hidalgo Don Quixote de la Mancha. Compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra. Nueva Edición corregida por la Real Academia Española. En Madrid, por Don Joaquin Ibarra, Impresor de Cámara de S.M. y de la Real Academia, MDCCLXXX .- 4º Mayor.
La edición de la Real Academia Española de 1780, impresa en el taller de Joaquín Ibarra y Marín se considera uno de los libros más bellamente impresos y una de las cumbres del arte tipográfico español del Siglo de las luces.
Los ejemplares digitalizados pertenecieron a la Biblioteca del Duque de Osuna y presentan una encuadernación Romántica.
Joaquín Ibarra y Marín (Zaragoza, 20 de julio de 1725-Madrid, 13 de noviembre de 1785), fue un impresor que desarrolló técnicas innovadoras y que experimentó con tintas, tipos y calidades de papel que confirieron a las obras salidas de sus talleres una excelencia y reputación que lo han convertido en una figura a la altura de los grandes impresores de todos los tiempos, y en el influyente divulgador de varios tipos de letra de suma elegancia.
Frontis en Tomo I y II. Parte Primera
Empleó tipografías en uso, destacando los juegos de Gerónimo Gil, los de la Fundición de Rangel (imitación o adaptación de los Garamond), los de Eudald Pradell, unos Caslon, y la cursiva del Salustio, de Espinosa de los Monteros. Ibarra destacó por el reaprovechamiento de estas fundiciones en composiciones de gran limpieza y por el equilibrio clásico en las planas, combinado con tintas de calidad y papeles cuidados que definen un estilo de impresión absolutamente neoclásico, de modelo académico. En 1931 la Casa Richard Gans, de Madrid, encargó a Carl Winkow, la apertura de unas matrices tipográficas para la conmemoración de los 50 años de la empresa, diseñados para el libro homenaje «El Maestro Joaquín Ibarra». A partir de varias de esas fundiciones, se elabora la tipografía Ibarra que constituye el punto de partida de la leyenda, estudios, modelos informáticos precursores y de rediseños digitales recientes.
Frontis Tomos III y IV. Parte segunda
Entre las más importantes obras que salieron de su taller se destacan La Conjuración de Catilina y la guerra de Yugurta, de Salustio (1772) y esta edición del Don Quixote de la Mancha impresa por encargo de la Real Academia Española (1780).
La obra, con patrocinio Real y edición de la Real Academia Española, fue un punto de inflexión en la consagración de la novela de Cervantes como texto capital y de la construcción intelectual que situaría el texto como libro modelo (ocupando el papel de la Biblia) en el centro del canon romántico de la Literatura española. Destaca, tanto por la calidad de la impresión y solemnidad de la edición como por los estudios e ilustraciones que acompañan al texto, realizadas por miembros de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Para el texto sirvió de modelo la edición que se tenía como primera, la de Juan de la Cuesta, de 1605, completada con la de 1608, y a la de 1615 del mismo De la Cuesta; y la de 1616 de Pedro Patricio Mey, de Valencia, para la segunda parte.
Iluminan estas páginas treinta y una estampas basadas en los más conocidos episodios de la novela, un retrato de Cervantes, dos frontispicios (que se repiten dos veces) y el mapa. Se completa con las cabeceras, remates y letras capitulares. Las láminas fueron dibujadas por Antonio Carnicero, José del Castillo, Pedro Antonio Arnal, Bernardo Barranco, José Brunete, Jerónimo A. Gil y Gregorio Ferro, y los grabadores: Fernando Selma, Manuel Salvador Carmona, Juan de la Cruz, Francisco Muntaner, Joaquín Fabregat, Joaquín Ballester, Pedro Pascual Moles, Juan Barcelón y Jerónimo A. Gil.
Las viñetas las realizaron Carnicero, R. Jimeno y Cuesta que grabaron Juan Minguet, Simón Brieva, M. Brandi, J. Palomino y J. Cruz. El retrato de Cervantes es obra de Manuel Salvador Carmona. El mapa, elaborado por Tomás López, geógrafo del rey, contiene los periplos de las salidas del caballero. Las planchas en cobre, se conservaron en la Real Academia española.
Sus ilustraciones, la tinta, el papel y detalles se crearon para esta edición. Se tiraron 1.600 ejemplares al precio de 320 reales. Se realizó con 4 juegos de tipos fundidos por Jerónimo Antonio Gil para la imprenta de la Biblioteca Real, que los prestó a la Academia para esta edición. La tipografía combina la letra romana con la cursiva: el cuerpo de la obra va en redonda, mientras que los epígrafes y poesías lo hacen en itálica.
El papel lo fabrica el catalán José Florens, y la tinta, fórmula propia del impresor, que es muy negra, sobresale por su claridad, igualdad y por su esmerada imposición, y se conserva, pasados los siglos, en un estado extraordinario.
La Academia dió [a Ibarra] ocasión y medios para elevar a la tipografía española el más excelso monumento que hasta entonces habían visto los nacidos: esa edición soberana del QUIXOTE, que forma hoy uno de los más exquisitos ornamentos en toda buena biblioteca.
El origen de esta edición fué que, habiendo leído Don Vicente de los Ríos, en varias Juntas de la Academia, un juicio de Cervantes y elogio de sus obras, se acordó, a propuesta del Secretario Don Francisco Antonio de Angulo, «hacer una edición correcta y magnífica de DON QUIXOTE; en papel marquilla y en tomos en cuarto, con láminas originales, inventadas y dibujadas con la mayor propiedad, «abiertas por los mejores profesores de la Academia de San Fernando, y con los demás adornos correspondientes, para que en todas sus partes tenga esta edición la perfección posible». […]
Para lo material de la empresa se mandó fabricar en Cataluña a José Florens «papel de hilo especial, suave y apacible a la vista y dócil al tacto» [Cotarelo]; «se fundieron nuevas varias clases de tipos de letra muy clara, gallarda y adecuada al tamaño del libro, que es en 4º mayor y consta de cuatro volúmenes.
(«Noticias y loas de algunos libros impresos por Ibarra» en El Maestro Ibarra : Homenaje que la Casa Gans, al celebrar sus Bodas de oro, dedica, al gran impresor Joaquín Ibarra .- Madrid : Richard Gans, [1931] p. 53-54).
Grabado calcográfico, marca del impresor Nicolas Buon, 1616. U/Bc BU 3603
El estudio de las marcas tipográficas y de impresores es una fuente constante de sorpresa y novedades, que no solo sirve para determinar orígenes, procedencias, transmisión de talleres, reutilización de maquinaria, aprovechamiento de grabados, cajas de tipos, diseños o fijar dataciones. En muchos casos, cuando se combina con el estudio simbólico y con la emblemática, se descubre también un mensaje, una narrativa, no pocas veces alegórica y siempre declarativa de proyectos, intenciones o motivos.
En la marca de Gabriel y de Nicolas Buon (entre otros), libreros impresores parisinos y de su Universidad, se repite con variaciones el motivo de un hombre barbudo, vestido a la griega o romana, que huye de una ciudad en llamas. Alrededor del hombre, otros huyen. Pero lejos del plano principal y abrumados por llevar cargas y objetos.
En la banda que rodea la escena se lee: «Omnia mea mecum porto». En la parte inferior figura el monograma del librero impresor y alrededor se traza una orla con motivos vegetales, faunos y querubines.
El grabado representa la escena histórico-legendaria de la caída y evacuación de la ciudad griega de Priene. Cuando el enemigo entraba ya a saquear la ciudad. Historia que recogen entre otros, Sátiro de Calatis , Diógenes Laercio, o Cicerón en sus Paradoxos:
“Nec non saepe laudabo sapientem illum, Biantem, ut opinor, qui numeratur in septem; cuius quom patriam Prienam cepisset hostis ceterique ita fugerent, ut multa de suis rebus asportarent, cum esset admonitus a quodam, ut idem ipse faceret, ‘Ego vero’, inquit, ‘facio; nam omnia bona mea mecum porto.’ (Cícero: Paradoxo 1, 1, 8 )
ΒΙΑΣ ΠΡΗΝΕΥΣ. Mármol, Copia romana de un original griego. Villa Cassius (Tivoli), excavada 1774. Museo Pio Clementino (Wiki)
Bias de Priene, a quien se define como el más astuto entre los Siete sabios de Grecia, respondió a sus convecinos extrañados por la ausencia de equipaje en hombre de tanta riqueza. El sabio, famoso como abogado y hombre práctico, se presentó a la evacuación con su ropa de viaje e indicando que no necesitaba más.
«Omnia mea mecum porto» [todo lo mío lo llevo conmigo], expresa un ideal filosófico de rechazo a los bienes materiales. En las versiones de la marca el hombre parece llevar en su mano o proteger, justo debajo de su túnica, un rollo de pergamino, o un libro. Probablemente su obra, su pensamiento. Parecidas historias se pueden encontrar en varias versiones, tanto en el mundo grecolatino, como en el folklore de la India o incluso más hacia Oriente.
Levemente diferente o con matices, porque se sitúa en un naufragio, o después de un cataclismo, pero siempre la conclusión es la misma: todos intentan cargar con propiedades y tesoros o lamentan sus pérdidas, excepto el sabio, capaz de evaluar rápida y juiciosamente lo fundamental y por tanto capaz, mientras haya vida, de empezar una y otra vez.
Vidas y peripecias, del libro, del pensamiento, de las gentes del libro, las bibliotecas, la educación y la imprenta, en un mundo de persecuciones, censuras, exilios y guerras como continuum civilizatorio. Destrucciones de ciudades, saqueos, incendios, deportaciones, expulsiones, refugiados por cientos huyendo, con poco o lo puesto, de la masacre, de los conflictos y de la guerra.
Es difícil pensar en continuar o empezar de nuevo en escenarios de barbarie y destrucción. Nos quedamos, tantas veces, sin palabras ante la realidad. Pero en las bibliotecas sabemos que los libros son y han sido siempre un consuelo, un refugio, una esperanza.
Con motivo de la intervención en el ejemplar U/BC 12670 nos gustaría compartir algunas ideas y reflexiones habituales del día a día del trabajo de restauración.
U/BC 12670 Diario pinciano: histórico, literario, legal, político y económico .- [Valladolid: s.n.]: 1787 (Digitalizado UVADOC)
No pretendemos describir un proceso de restauración sin más, ni escribir un informe técnico, con estructura y léxico técnico. Lo que quisiéramos es plasmar la complejidad que entrañan algunos tratamientos de restauración, las decisiones constantes que deben tomarse y las cuestiones que deben tenerse en consideración cuando se aborda un proceso de intervención. A veces ocurre que, como profesionales, se tiene claro el proyecto: orden de los pasos a seguir, materiales, elementos históricos que considerar, estructuras del libro a tener en cuenta… Pero en muchas ocasiones esos proyectos deben ser modificados durante el proceso, debido a distintos factores que son visibles únicamente durante el desarrollo de la intervención.
La restauración de este libro de estructura aparentemente sencilla y materiales humildes, supuso un reto profesional. A veces, en esta profesión ocurre que un tratamiento sencillo a simple vista, se convierte en una cuestión algo más dificultosa en el momento en que se inicia la intervención o cuando se procede al desmontaje de alguna parte del libro para poder acceder a estructuras internas de la encuadernación y así poder trabajar en ellas. Y una vez ha finalizado la intervención, precisamente en estos casos que entrañan cierta incógnita o complejidad, parece que la decisión tomada era evidente, lógica, sencilla e incluso indudable.
Criterios
Cualquiera que sea la decisión tomada, todas las acciones (profesionales) de conservación y restauración deben estar basadas en unos criterios mínimos establecidos: conductas éticas que se fundamentan en leyes y normativas vigentes. Si no fuera así, podríamos hablar de “reparaciones” llevadas a cabo con buena voluntad o relativas a otras profesiones que tienen algún punto de conexión con la restauración, ya que pueden utilizar algunos instrumentos parecidos, pero que para su desarrollo no se tienen en cuenta los siguientes criterios que sí son esenciales en la restauración:
– Priorizar la conservación preventiva, esto es, mejorar las condiciones ambientales del lugar donde se custodia el libro para que estas no sean las causantes de su deterioro o lo propicien.
– Realizar la mínima intervención posible para garantizar su estabilidad tanto en la manipulación para la consulta o exhibición, como en el almacenaje.
– Facilitar la legibilidad de la intervención realizada, es decir, que la interpretación de la restauración sea fácilmente discernible, por ejemplo, a través de un intencionado contraste de tonos. Se debe evitar, en definitiva, la falsificación histórica: restaurar no significa dejar el libro como si fuera nuevo.
– Emplear materiales que sean reversibles. A veces esta cuestión no es posible completamente, pero es de suma importancia y por tanto debe ser tenida en cuenta tanto como sea posible.
– Garantizar la estabilidad de los materiales empleados. Para ello se debe conocer su composición, así como su afinidad con los distintos materiales originales y de qué manera pueden interactuar (a corto y largo plazo) con el resto de materiales utilizados en la restauración, así como con los que constituyen el libro: costuras, cubiertas, cabezadas, broches, madera, papel, pigmentos, tintas, pergamino, piel, adhesivos, etc.
Proceso de restauración
Cada intervención exige un tratamiento personalizado porque cada libro tiene unas particularidades en cuanto a materiales empleados y estructura. Teniendo esta cuestión en cuenta, se tomaron algunas fotografías del estado de conservación inicial.
Para poder acceder al enlomado original y corregir el estado de cristalización del adhesivo de origen animal, la rigidez y deformación que presentaba, se desmontaron los nervios y núcleos de cabezadas de la tapa anterior, ya que la tapa trasera estaba suelta y los nervios fragmentados. La idea principal era haber alargado los nervios fragmentados para poder unir de nuevo el cuerpo del libro a la cubierta que se hallaba suelta.
Pero el proyecto tuvo que ser modificado tras observar una serie de datos: el lomo de la encuadernación era más ancho que el cuerpo del libro. Además, el hecho de tener los nervios tan nítidamente fragmentados y carecer de restos de fibras, nos indicaba que faltaba parte del cuerpo del libro.
El resto de alteraciones que necesitaban intervención fueron abordadas de manera habitual. En primer lugar, se retiró el adhesivo cristalizado del lomo, para poder devolverle la flexibilidad perdida y permitir la apertura natural de los cuadernillos.
Se realizó una limpieza mecánica en zonas puntuales de los primeros cuadernillos del cuerpo del libro, uniendo desgarros e injertando las pérdidas de soporte que pudieran comprometer la correcta manipulación del libro. En restauración, se emplean papeles de muy poco gramaje para unir desgarros, para lograr la máxima transparencia y evitar opacidad que pueda perjudicar la lectura del texto. Y en los injertos, se debe tener en cuenta la similitud de ciertas características como los gramajes entre el papel original y el empleado para el injerto, así como su dirección y longitud de fibra, tonalidad o verjura. Además, es muy importante utilizar un adhesivo de base acuosa y de características afines al papel, que sea fácilmente reversible y, ante todo, que evite generar nuevas tensiones y deformaciones tanto en el soporte original como en el injerto.
En cuanto a la cubierta de pergamino, se optó por aplicar limpieza mecánica y química, pero no con la intención de eliminar su pátina natural ya que esto no formaría parte de una intervención mínima, sino de eliminar los restos de grasa procedente de las manos y de su consulta descuidada y reiterada, así como la posterior suciedad (polvo, etc.) adherida a la grasa. Por tanto, la pátina se respetó y el texto manuscrito presente en el lomo recuperó nitidez y contraste tras ambos procedimientos.
Antes de aplicar cualquier producto o iniciar ciertos tratamientos que puedan poner en peligro tintas, pigmentos o los distintos materiales que actúan de soporte, deben llevarse a cabo una serie de pruebas para cerciorarnos de que las intervenciones que se pretenden realizar son inocuas para el original (en todos los materiales que forman el libro) y asegurarnos de que la decisión que tomemos será adecuada y efectiva. Asimismo, se unió un desgarro e injertó una pérdida de soporte en el extremo superior del lomo de pergamino, utilizando pergamino natural. En este caso, la reintegración aseguraba la solidez de la estructura del libro y permitía su manipulación evitando el riesgo de que siguiera deteriorándose la cubierta en esa zona a causa de la falta de materia. Finalmente, y solo en la zona del injerto, se hizo una reintegración cromática, empleando materiales reversibles e inocuos.
La costura de las cabezadas estaba aflojada y sus núcleos estaban prácticamente sueltos. Se consolidó la costura, devolviendo el hilo original al lugar correcto y empleando hilo de cáñamo nuevo en las zonas donde era necesario reforzar los anclajes para proporcionar solidez a la unión de los cuadernillos y una adecuada sujeción a la cubierta.
Se realizó un enlomado de conservación, empleando materiales que por su propia composición no van a generar tensiones en el futuro y, por tanto, garantizan la correcta flexibilidad y manipulación del libro. El propio enlomado también ayuda a reforzar la unión del cuerpo del libro con la encuadernación, de manera que disminuye y equilibra la tensión que ejerce el anclaje del nervio con la tapa.
Los nervios que sujetaban la encuadernación por la tapa delantera fueron injertados y alargados para poder cumplir su función, utilizando material de idénticas características a los restos de los originales.
Una vez finalizados los procesos de intervención, del cuerpo del libro y de la cubierta de pergamino y tapas de papelote, se unieron nuevamente todas las partes y se reforzó el cajo delantero por la cara interna. Las guardas fueron injertadas y los desgarros unidos, con papel japonés y éter de celulosa (Metilcelulosa).
Por último, el reto que planteaba la situación de esta encuadernación, con una cubierta de lomo más ancho que el cuerpo del libro (han desaparecido, al final, cuadernillos), se solucionó elaborando una estructura con las medidas del volumen de la parte del cuerpo del libro que faltaba. Para ello, se utilizó material de conservación, ligero, inocuo y fácilmente extraíble, de manera que cualquier persona que se dedique a la investigación y quiera comprobar aspectos de la estructura interna de este libro, pueda hacerlo de manera sencilla.
A su vez, la incorporación de esta pieza permite que el libro se pueda cerrar con sus broches originales y que se mantenga erguido en la estantería y que los libros contiguos no lo deformen o hundan por presión su cubierta.
Conclusiones
El objetivo de esta intervención fue devolver la estabilidad al libro, respetando las características y estructuras que presenta en la actualidad, considerando las partes incompletas y dando valor a su imperfección o singularidad, sin alterar estas características.
En la Serie denominada “Legajos” custodiamos en nuestra biblioteca un conjunto formado por cerca de 5.000 documentos de tamaño y formato variado (hojas sueltas, anuncios, folletos, panfletos, conferencias, pequeños libros en rústica) en la que podemos encontrar información de todo tipo: las cuentas de la universidad en el siglo XVIII, un folleto de las ferias de nuestra ciudad del año 1906, o la construcción del ferrocarril en el salvaje oeste. Variedad y disparidad que recogen documentos con informaciones, noticias e historias curiosas.
EL U/Bc LEG 18-1 nº 1452 es un trozo de nuestra historia. Una historia que pudo haber sido de otra manera y que podría haber cambiado nuestro presente tal y como lo conocemos. O no. Nunca sabremos.
Un duelo, conocido como el Duelo de Carabanchel (12 de marzo de 1870) entre el pretendiente al trono y cuñado de la reina Isabel II Antonio de Orleans, Duque de Montpesier y Enrique de Borbón, Duque de Sevilla y también aspirante al trono.
Dibujo de Tomás Padró (1840-1877) Grabado de Tomás Carlos Capuz (1834-1899) en Antonio Bermejo, Ildefonso (1876) Historia de la interindad y guerra civil de España desde 1868, 1, p. 907, Dominio público
El Duque de Montpesier soñó con ser rey de España y se vio casado con Isabel II. Pero ahí estaban los intereses internacionales e Inglaterra para impedirlo, recelosos de una alianza con Francia. Se casó con la hermana pequeña de la reina, Luisa Fernanda de Borbón, convencido de así poder llegar al trono español, pensando que el matrimonio de Isabel II con Francisco de Asís era una farsa y que de esa relación nunca saldría un heredero. Qué equivocado estaba. No en la farsa, sino en lo de los herederos. Como de esta manera no pudo conseguirlo, se dedicó a conspirar, financiando campañas contra Isabel, lo que le llevó al exilio en Portugal. Pero cuando Isabel fue depuesta, en 1868, volvió otra vez con ínfulas de monarca.
El otro personaje de nuestra historia también era pretendiente al trono español. Con unas ideas mucho más liberales. No dudó en firmar un manifiesto, bastante injurioso, contra el de Montpesier (las malas lenguas decían que Isabel II estaba detrás de este manifiesto si bien nunca se pudo demostrar y otras, igual de malas o peores, que fue un artículo ideado por los republicanos). La consecuencia de todo esto es que se ganó un merecido “reto a duelo”.
[imagen en: Historia ilustrada de la Revolución española (1870-1931), Tomo 1 .- Barcelona. Gustavo Gil, 1931 p.24]
El caso es que el honor era sagrado. No les preocupaba matarse entre ellos ni venderse al mejor postor, pero ¡ay el honor! Así que, que mejor manera tenían los caballeros, por llamarlos de alguna manera, de aquella época, de resolver sus conflictos. Exacto. Duelo a muerte. O a sangre, como el que aquí nos ocupa. Eligieron pistolas, pistolas que nunca con anterioridad hubieran sido utilizadas y que sus padrinos fueron los encargados de adquirir.
Dispararon a turnos. El primero Montpesier que falló. Luego el de Sevilla. También falló. Podría haber quedado en unas muy honrosas tablas, y el honor de ambos caballeros quedaba a salvo. Pero estos tenían que seguir hasta que hubiera sangre. Y la hubo. El tercer disparo correspondía a Montpesier. Y esta vez atinó, acertando en toda la sien, causando la muerte al de Sevilla. Gran error. El Duque de Sevilla no era un cualquiera, sino que era el hermano de Francisco de Asís, marido de Isabel II.
[imagen en: Historia ilustrada de la Revolución española (1870-1931), Tomo 1 .– Barcelona. Gustavo Gil, 1931 p.24]
La importancia del finado y el duelo creó tal conmoción por toda España y Europa que al ganador se le formó consejo de guerra. Pero ya sabemos cómo son las cosas de los poderosos. Se determinó que la muerte fue accidental, el de Sevilla pasaba por allí, y sólo se le condenó a un mes de arresto.
Y en vez de dar las gracias por que su “accidente” no hubiera ido a más, siguió postulando al trono español, aunque nunca lo consiguió. Su última oportunidad, o eso parecía, fue el casar a su hija, María de las Mercedes con Alfonso XII. El no sería rey de España, pero su hija sería reina consorte y sus nietos los herederos. Pensaría que el que la sigue, la consigue. Pero no le salió mal, sino fatal.
Por desgracia, su hija falleció a los seis meses de su matrimonio con Alfonso XII y por supuesto, sin herederos. Intentó que Alfonso se casara con su hija pequeña, pero este pasó. Lo que sí que consiguió fue casar a su hijo Antonio de Orleans con la hija pequeña de Isabel II, Eulalia. Matrimonio que acabó en divorcio, el primero en una familia real. Viendo que no conseguía nada, los últimos años de su vida se los pasó más interesado en los acontecimientos políticos de Francia que en seguir conspirando, alejándose cada vez más de la política. Murió en 1890 con 65 años, la mayor parte de ellos metido en conspiraciones. Y fue enterrado en el Monasterio de El Escorial en el panteón de los Infantes.
En este contexto de agitación política y zozobra por las constantes vacilaciones gubernamentales, las conspiraciones, las diversas presiones internacionales y los anuncios de los posibles candidatos y aspirantes al trono de diferentes ideologías, sin excluir la posibilidad republicana, aparece nuestro legajo.
Se trata de una hoja de aviso, con carácter panfletario, impresa en Valladolid en la Imprenta de Rojas con fecha manuscrita de 12 de marzo de 1870, que dice reproducir una «Última hora» del periódico progresista madrileño “La Discusión” y que da testimonio del momento político.
El famoso duelo fue descrito por Benito Pérez Galdós en sus Episodios nacionales. (España trágica .- Madrid, 1909, cap IX):
Disparó el Infante, disparó luego Montpensier, y ambos quedaron ilesos. Los padrinos cargaron de nuevo las pistolas y discutieron, probablemente sobre la supresión del avance después de cada doble disparo… «La función es harto pesada -dijo Vicente-; los actos brevísimos, los entreactos interminables. A ver, guapos mozos, tiren otra vez, y hagan el favor de hacer blanco». Y Bravo opinó que el lance llevaba trazas de inofensividad estudiada o fortuita, para concluir sin víctima y sin vencedor, con el solo triunfo del honor en el concepto condecorativo y de social etiqueta… Al disparar los rivales por segunda vez, acudieron los padrinos al Infante, creyéndole herido. Sin duda no fue nada, porque se procedió a cargar nuevamente. «Esto va para largo», dijo Bravo. Y Halconero: «A la tercera va la vencida. Veo la Fatalidad arrugando el ceño…». Y el otro: «Yo veo en su boca una muequecilla conciliadora. Desengáñate. Habrá vida y honor para todos». Por un rato de duración inapreciable, siguieron comentando el lance prolijo, y cuando sus palabras pasaban resueltamente del tono serio y expectante al de las bromas, oyeron el tercer disparo del Borbón… y al sonar el de Montpensier, ¡ay! vieron a don Enrique girar con rápido quiebro y voltereta, y caer de un lado… Al rebotar en el suelo, quedó el cuerpo en posición supina.
Con excepción del caballero de Orleans, que impávido, tal vez temeroso, permanecía en su puesto, todos acudieron a examinar al caballero caído… Los amigos intrusos, espoleados por su curiosidad ardiente, metiéronse en el vedado del Juicio de Dios. Si un instante dudaron, pronto les decidió el ver que de la otra parte violaban la clausura diferentes personas, algunas en traje militar. Algo sucedía de gravedad suma. Cuando llegaron al grupo, destacose de él Santamaría, y en su rostro moruno vieron los dos amigos la emoción trágica. «¿Herido el Infante?» murmuró Bravo. Y el levantino respondió que si no estaba muerto, poco le faltaba… Acercose Bravo codeando; mas de tal modo se apiñaban sobre el caído los ansiosos de examinarle, que sólo pudo ver el cuerpo de rodillas abajo… Federico Rubio, que antes que los dos médicos del duelo había podido apreciar la herida del Infante y su respiración estertorosa, se incorporo diciendo: «No hay remedio. Está expirando».
Al propio tiempo volvió Halconero sus miradas hacia Montpensier, la contrafigura del duelo terminado, y vio que un señor, en quien pudo reconocer a Solís, secretario y padrino del Duque, le notificaba el terrible desenlace.
El de Orleans dejó caer sus lentes, que quedaron colgando de la cinta, y mientras los cristales devolvían la luz con picantes reflejos, el caballero vencedor se llevó las manos a la cabeza en ademán de desesperación, y al aire salieron de su boca palabras doloridas que oyó tan sólo el secretario. O se lamentaba cristianamente de haber matado al primer hermano de su esposa, o lloraba viendo desvanecida en humo su ilusión mayestática 2. Fue al lance tal vez con la idea de hacer ante el público sus pruebas de valentía y de honor caballeresco, guardando las vidas de ambos para un reinado de conciliación, de lavatorio en aguas jordánicas. Pero el Destino le había jugado una mala partida. Él quería comedia, y Melpómene le había cambiado los trastos. Frente a la catástrofe, Montpensier maldecía su suerte, confundiendo en su consternación los motivos políticos y los humanos. Había matado a un individuo de la Familia Real de España, hermano del Rey consorte, cuñado y primo de la Reina, tío del inocente Alfonso. Pero si la bala de Orleans quitó la vida al Infante, la bala de Borbón, perdida en el espacio, se llevó la corona de Isabel, que ya el esposo de Luisa Fernanda creía poder encasquetar en su cabeza. Con brutal humorismo, el Destino retirábase del escenario, dejando tras de sí las sílabas de su carcajada… ja, ja…
Retratos de los españoles ilustres: con un epítome de sus vidas (Madrid : en la Imprenta Real de Madrid, siendo su regente D. Lázaro Gayguer, 1791) U/Bc 00565
En 1789, la Real Calcografía española, inicia su trayectoria con un proyecto para divulgar los retratos de aquellos españoles que habían destacado en los campos de las letras, artes, gobierno y ejército.
La serie había sido proyectada por la Secretaría de Estado, en 1788, bajo patrocinio Real e impulsada por Floridablanca, un proyecto que sería continuado por Aranda y Godoy. El proyecto era de tal envergadura que iba a ocupar durante casi 30 años recursos, talleres, pintores, grabadores de la Real Academia, Imprenta Real y Calcografía.
«A Manuel Salvador Carmona, director de grabado de la Real Academia de San Fernando, se le pidió un informe en el que constaran los grabadores que podrían hacerse cargo de tan magna obra. Carmona propuso a los de «más mérito»: Fernando Selma, Francisco Muntaner, Joaquín Ballester y Juan Moreno Tejada, si bien este último no podía encargarse de nada hasta que terminara las láminas del Tratado de artillería, de Tomás de Morla. También propuso a Mariano Brandi y a Joaquín Pro, cada uno de los cuales podría hacer, bajo su dirección, hasta cuatro retratos al año. Añadía que se pagara a cada grabador por lámina hecha, en vez de asignar una cantidad mensual. Manuel Monfort sugirió para cada lámina, «trabajada con todo primor», el pago de 3.600 a 4.000 reales. Finalmente se decidió que fueran 440 reales por cada dibujo y 3.000 por lámina.» ( vid. Juan Carrete Parrondo (2008) )
Se realizaron un total de 114 retratos en formato gran folio 430 x 300 mm (caja de impresión variable aprox. 370 x 260 mm) sobre papel ( filigrana Fm Gvarro y Rimaud [Grimaud?] de gran calidad siendo el de las planchas de mayor grosor; realizados en talla dulce, con aguafuerte y buril sobre plancha de cobre. Cada lámina va acompañada de una sucinta biografía.
La serie fue publicada en 19 cuadernos cada uno con seis retratos. Al primero, editado en 1791, precedía un prólogo, escrito por José Castañeda y un aviso que daba cuenta del carácter e importancia que se concedía a la obra.
Entre 1791 y 1795 se publicaron los ocho primeros cuadernos, el 9 en 1796, el 10 y 11 en 1797, el 12 en 1798, el 14 y 15 en 1802, el 16 en 1804, el 17 en 1805, el 18 en 1806 y el 19 en 1819. Entre 1882 y 1889 se añadió un nuevo cuaderno con 6 retratos.
Desde el primer momento el gobierno ejerció un control directo sobre la publicación. Dada la dimensión propagandística y patriótica del proyecto, se ejerció una rigurosa censura tanto sobre los dibujos como sobre los textos. El elenco y biografías de los personajes elegidos como ilustres proporciona una idea clara del proyecto: la fijación de un canon histórico, político, militar, artístico y literario y de una representación iconográfica (que en buena medida marcará las pautas continuadas en los siglos siguientes).
En el prólogo se anuncia otra colección con los monarcas, para explicar, en esta, su ausencia. También es de notar, en el conjunto de todos los cuadernos, la ausencia absoluta de mujeres.
Nota anuncio al final del prólogo
La publicación y su ritmo de producción acusan la caída del Conde de Floridablanca; la Guerra en la Península, y las zozobras primeras del reinado de Fernando VII. La última serie obedece al primer impulso nacionalizador y proyecto de elaboración historiográfico de la Restauración Canovista.
«La mayor parte de los epítomes biográficos fueron redactados por Antonio de Capmany, en una primera etapa, y por el conde de Castañeda de los Lamos, después. Pero también hay constancia de otros autores como Manuel José Quintana –quien el 31 de diciembre de 1797 recibía 1.200 reales por su colaboración en la empresa–, Juan Antonio Enríquez –autor de la biografía de José del Campillo– o Juan Ramírez Alamanzón –a quien Cevallos le encargó la biografía del conde de Gondomar–.» ( Juan Carrete Parrondo (2008) )
El ejemplar de la Biblioteca de Santa Cruz contiene, en magnífico estado, las 114 láminas de las series originales (1791-1820) y noticias biográficas, encuadernadas por junto, con el prólogo y presentación.
En los grabados son de admirar el preciosismo en ropajes, armaduras, y lo conseguido de los rostros, manos, ojos y expresión. Los grabados representan a: 4. Antonio de Leyva ; 5. Ambrosio de Morales ; 6. Juan de Mariana ; 7. F. Lope Félix de la Vega Carpio ;
8. Antonio de Solís ; 9. Nicolás Antonio ; 10. Gil Carrillo de Albornoz ; 11. Gonzalo Fernández de Córdoba ; 12. Fernando Álvarez de Toledo (Gran duque de Alba) ; 13 Arias Montano ; 14. Francisco de Quevedo y Villegas ; 15. Juan de Ferreras ; 16. Hernán Cortés ; 17. Garcilaso de la Vega ; 18. Alonso de Ercilla ;
19. Pedro Calderón de la Barca ; 20 Miguel de Cervantes Saavedra ; 21. Joseph Patiño ; 22. Antonio de Nebrixa ; 23. Pedro Menéndez de Avilés ; 24. Sancho Dávila ; 25. Álvaro de Bazán ; 26. Antonio Agustín ; 27. Juan de Austria (hijo Felipe IV) ; 28. Fray Luis de Granada ; 29. Martín de Azpilcueta y Navarro ; 30. Luis de Góngora ; 31. Bernardino de Rebolledo ; 32. Juan de Austria ; 33. Pedro Chacón ; 34. Alonso Tostado ; 35. Juan Luis Vives ; 36. Diego Hurtado de Mendoza ; 37. Gerónimo de Zurita ; 38. Diego de Saavedra Faxardo ;
39 Álvaro Joseph Navia Osorio ; 40. Fray Luis de León ; 41. Juan de Palafox ; 42. Luis de Requesens ; 43. Francisco Valles ; 44. Juan de Rivera ; 45. Bartolomé Leonardo de Argensola ; 46. Juan de Ávila ; 47. Diego de Covarruvias ; 48. Fray Joseph de Sigüenza ; 49. Diego Mesía y Guzmán ; 50. Tomás Vicente Tosca ; 51. Juan de Urbina ; 52 Hugo de Moncada ; 53. Juan Martínez Siliceo ; 54. Bartolomé de Carranza ; 55. Antonio Covarruvias y Leyva ; 56. Antonio Pérez ; 57. Josef Pellicer ; 58. Hernando de Alarcón ; 59. Pedro González de Mendoza ; 60. Melchor de Macanaz ; 61. Francisco Ximénez de Cisneros ; 62. Vasco Núñez de Balboa ; 63. Josef Carrillo de Albornoz ; 64. Rodrigo Ximénez ; 65. Juan de Torquemada ; 66. Diego García de Paredes ; 67. Francisco Pizarro ; 68. Santo Tomás de Villanueva ; 69. Hernando de Soto ; 70. Pablo de Céspedes ; 71 Juan de Herrera ; 72 Joseph Ribera ; 73. Diego Velázquez ; 74. Alonso Cano ; 75 Bartolomé de Murillo ; 76. El Cid Campeador ; 77. Alonso Pérez de Guzmán (Guzmán el Bueno) ; 78. Íñigo López de Mendoza , Marqués de Santillana ; 79. Juan Ginés de Sepúlveda ; 80. Francisco Salinas ; 81. Benito Gerónimo Feijoo ;
82. Álvaro de Luna ; 83. Andrés Laguna ; 84. Fernando Nuñez de Guzmán ; 85. Bartolomé de las Casas ; 86. Francisco Sánchez (el Brocense) ; 87. Alfonso de Villegas ; 88. Nuño Núñez Rasura ; 89. Laín Calvo ; 90. Pedro Navarro ; 91. Juan Bautista Pérez ; 92. Gerónimo Gómez de Huerta ; 93. El Conde Duque de Olivares ;
94. Fray Juan de Jesús María ; 95. Martín Bautista de Lanuza ; 96. Pedro Fernández de Castro (Conde de Lemos) ; 97. Vicente Espinel ; 98. Jorge Juan ; 99. Antonio de Ulloa ; 100. Pablo de Santa María ; 101. Diego Laynez ; 102. Fray Gerónimo Gracián ; 103. D. Josef del Campillo ; 104. Francisco de Mendoza y Bobadilla ; 105. Alfonso de Cartagena ; 106. Pedro Fernández de Velasco ; 107. Juan Sebastián de Elcano ; 108. Melchor Cano ; 109. Alfonso Salmerón ; 110. Bernardo de Balbuena ; 111. Felipe Gil de Taboada ; 112. Diego de Álava y Beaumont ; 113. Diego Sarmiento de Acuña ; 114. Pedro de Ribadeneyra ; 115. Pedro de Quevedo y Quintano (obispo de Orense) ; 116. Pedro Rodríguez Campoamanes ; 117. José Moniño (conde de Floridablanca).
El ejemplar de Santa Cruz presenta un sello en una de las hojas de respeto que lo identifica como proveniente de la Biblioteca de Osuna.
Allo Manero,María Adelaida (2014) : «El ejemplar «Retratos de personajes españoles ilustres con un epítome de sus vidas» de la Biblioteca de la Universidad de Zaragoza» en Estudios de información, documentación y archivos: homenaje a la profesora Pilar Gay Molins / Pilar Gay Molins (hom.), ISBN 978-84-16028-86-3, págs. 25-40 ( https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4773746 )
Carrete Parrondo, Juan (2008) : Retratos de los Españoles Ilustres con un epítome de sus vidas, Madrid, Imprenta Real y Real Calcografía, 1791 -.[1819] (con un Catálogo de los Retratos) enarteprocomun
Molina, Álvaro (2016) : «Retratos de Españoles ilustres con un epítome de sus vidas. Orígenes y gestación de una empresa ilustrada» en Archivo español de arte, ISSN 0004-0428, ISSN-e 1988-8511, Tomo 89, Nº 353, 2016, págs. 43-60. DOI: 10.3989/aearte.2016.04 ( https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5435152 )